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juanmaríajiménez

Nuevos poemas

Nuevos poemas

 

Quise mirar la noche

Quise mirar la noche

con ojos de día,

pero la noche

es más noche que la luz del deseo.

 

Se ahora

que jamás sabré de mí en sus pupilas,

ni tampoco del color de las cosas.

 

No cabe ya

ni una razón en mí contra el vacío.

 

 

 

Viene de frente

Viene de frente

-como las sombras distraídas-

sin rostro ni amparo:

un desplante a la luz

que lo proyecta y lo devora

en un silencio

-sin embargo- tormentoso.

 

Viene

de ser un día un nombre,

un domicilio entonces,

una respuesta,

la codicia, Dios,

una culpa,

un rastro.

 

Mas nada ya presagia

que hubo una mano asida

a unos pasos cardinales

o una duda razonable,

y sí, un pálpito

y una tragedia irremediable.

 

Cabe

en su ausencia de hombre

un íntimo

e insondable pozo

por el que embarrancan

las imágenes arrancadas

a las cuencas vacías de su mirada.

 

Viene de frente una sombra

que erró de destino.

 


Las palabras caen

Las palabras caen

-ni siquiera las pronuncio-

en este telón sin fondo

al que llamo vida.

Boca a boca las protege

su elástica esencia

de resultar desnucadas:

desusadas.

 

Caen huérfanas

ante el irresoluble asunto

de explicar

qué diferente fui

del que soy,

qué me trajo hasta aquí

o qué es la noche

y sus contrarios.

 

Nacen enajenadas

y se resisten a una luz,

una razón o un calor que no tienen

más allá

de estos versos inermes

y presuntuosos.

 

Son, al cabo,

sustantivos rotos

vértebras desentrañadas

de una gramática cautiva,

de un diccionario personal

escrito sobre el vacío.

 

Finalmente,

sucumben también

a esta gravedad innecesaria

los silencios,

ajenos, antes de esta estrofa,

a tanta palabrería homicida.



Una ola penetrante

Una ola penetrante

y clara

brotó de mis ojos sin esperarla.

Cristalina y febril bocanada

para unas pupilas aún extrañas

al rumor de aguamarinas

sinuosas entre arrecifes y playas.

 

Mas, lejos de enturbiar mi mirada,

topacios, turquesas,

estrellas de mar la seducen

entre la luminosa verdad de tus aguas,

por la fragante profundidad de tu alma,

hacia el litoral azul y fresco de tu cuerpo

en el que, estas, mis naves sobresaltadas,

sumergirse claman. 


Muero

¿Muero

si puedo decir aún

que ya no existo?

 

¿Vivo

si las palabras

se vuelven hacia dentro

cada vez que lo intento?

 

 ¿Cuál es el verbo?

 ¿Cuál la declinación

que afirma o niega

 a estos

mis relojes varados?



Nochebuena

Diciembre:

un año más

lloré la muerte de mi hermano,

reescribí un poema

siempre insuficiente

e innecesario

y, desolado,

me masturbé

con el recuerdo

de una mujer cualquiera.



Dejad

Dejad

que la mano del hombre

descienda sobre todos nosotros:

es sangre envenenada.

 

Sin orden y con cierto

Sin orden y con cierto

 

"Sin orden y con cierto" es el fruto del trabajo poético desarrollado por Juan María Jiménez entre 1975 y 2005, un total de 30 años que se manifiestan a través de cien poemas estructurados en cinco apartados: De mis otras caligrafías (1975 - 1979) Los versos del éxodo (1980 - 1986) Concédeme el tiempo necesario (1986 - 1990) Los favoritos de los dioses (1991 - 1995) Síntesis de álgebra humana (1996 - 2000) Con y sin urgencia (2001 - 2005) Sus versos están cargados de referencias autobiográficas y expresados de un modo apasionado e intenso, y a veces desgarradoramente.

Fue publicado por Ediciones Lulu (ID: 645381) en abril de 2009 y presentado publicamente el 26 de junio de ese mismo año en el Centro de Iniciativas Culturales El Pósito, de Loja (Granada), mediante una lectura de poemas que iba alternándose con proyecciones audiovisuales y la dramatización de algunos de los poemas.

El libro consta de 108 páginas con portada sobre un óleo de Luz María López. Puede adquirirse en www.lulu.com; o directamente del autor, solicitándolo al correo electrónico: jumajilo@hotmail.com o al teléfono 633 49 39 39, al precio de 8 euros más gastos de envío.

 

Pre-texto

La distancia que separa el perfil de una sonrisa, del espléndido huracán de la euforia es, a veces, tan grande, que se nos hace inaprensible y casi siempre extraña.

Las huellas de la derrota íntima se confunden sobre el terreno del exilio interior con la algarabía del regreso y queda el aliento o el desaliento.

Este es un intento de poner un cierto orden donde no puede haberlo, de situar los puntos sobre unas ies que se elevan o caen con tan pasmosa agilidad y vértigo que es imposible atinar en la diana.

Es, no obstante, un ejercicio de entrega, de complicidad, de juego... de encajar los instantes hechos palabra en la estructura lineal de un verso, en la geografía polimórfica de un poema.

No creo en los tiempos estancos y sí, por contra, en los tiempos compartidos. Creo que un mismo refugio, el propio, puede ser abrigo para la soledad o la compañía, sin que se agrieten sus pilares ni rechinen sus dilatadas presencias.

¿Cabe justificación para el tropel de sensaciones o para el caudal de sentimientos, ya amargos, ya sublimes, ya marchitos o decididamente enérgicos?. Cabe la piel y sus reflejos. Sí. Caben el diapasón y todos sus tonos inéditos y posibles, y también, claro, el tropel de instrumentos. Sin orden y con cierto.

 

Pensamientos a vuela pluma

Pensamientos a vuela pluma

 

Callo por siempre, si me concedes el favor de tu mirada: atras los sueños y la palabra, adelante todo. Recobro de tus pupilas una vida que comenzaba a olvidárseme.

25 abril 2010

 

Sólo hay una razón para dejar de amar: que se hielen los sentimientos, y no es frío, precisamente, lo que corre por mis venas.

19 abril 2010

 

Soy culpable de amar. Furtivos, mis ojos van una vez y otra y otra... a la caza de tu mirada.

10abril 2010

 

Amo. Amo inusitadamente. Amo vertiginosamente. Amo hasta arder en su fuego. Pero no me preguntes qué es el amor o cómo quiero. Sería tanto como pedirme que explique qué es el color blanco a un ciego.

29 marzo 2010

 

Entre tanto, te sigo y respiro hondo junto a ti, miro el cielo que tu ves y me crezco desde la sencillez hacia el infinito y viceversa.

17 marzo 2010

 

Por más que intento olvidar no puedo, su luz traspasa los párpados de mis pensamientos.

6 marzo 2010

 

No me cabe duda: siempre defenderé tu sangre ardiente con mi sangre fría.

15 febrero 2010

 

Hace tiempo que no pienso. ¿Como podría, entonces, compartir lo que fue y ya no es nada?

12 febrero 2010

 

Traspaso, alquilo, vendo corazón en buen uso, por exceso de latidos con cardiograma convulso incapaz de sofocar. Sólo se considerarán las ofertas que no exijan desclavar las flechas ni entrañen el olvido. Razón aquí.

25 enero 2010

 

Cuando el asombro deja paso a la embriagadora dicha incontenida, aunque alguna vez puedan los amores rotos mostrar su herida más profunda y sangrante, siempre quedarán a ralentí nuestros corazones.

22 enero 2010

 

Cuando cada segundo es toda una vida, cuando las agujas se encallan en el lecho denso del recuerdo, cuando la espera es un silencio de acerada locura, cuando no braman las aguas bajo el peso de mi sombra... son mis relojes varados.

17 enero 2010

 

Definitivamente decidí vivir permanentemente en primavera. El invierno me estaba oxidando los sentimientos.

13 enero 2010

 

Pasada la resaca de amor por decreto, seguiré dejándome el aliento en vivir el amor verdadero.

10 enero 2010

 

Quiero hasta que las palabras pierdan el sentido y yo pierda el sentido y el sentido se pierda a sí mismo, y aún así, en el caos, seguiré queriendo.

05 enero 2010

 

Una ola penetrante y clara brotó de mis ojos sin esperarla. Cristalina bocanada para unas pupilas aún extrañas al rumor de aguamarinas entre arrecifes y playas. Mas, lejos de enturbiar mi mirada, topacios, turquesas, estrellas de mar la seducen entre la luminosa verdad de tus aguas, por la fragante profundidad de tu alma, hacia el litoral azul de tu cuerpo en el que, estas, mis naves sobresaltadas, sumergirse claman.

31 diciembre 2009

 

A veces esperar un hola puede costarte una vida, y aún así, hay quien se resiste a dártelo. Un hola, sólo un hola.

26 diciembre 2009
 

Una noche como esta mi alma estalló con la tuya. Nadie me aclaró a dónde ibas, nadie acertó a convencerme de que tu marcha era necesaria, pero tras besarte sin el halo de tus besos supe que sería para siempre. Pasaron ya 23 años y no necesité ni una sola palabra tuya, ni un rumor, ni siquiera un gesto para saber que seguimos amándonos. Te quiero, hermano y, como entonces, sigo necesitándote.
25 diciembre 2009
 

No es la noche más oscura por noche, sino por mi desasosiego.
24 diciembre 2009
 

¿Qué hay más allá de la locura de amar?: Más amor, hasta perder la cabeza.
19 diciembre 2009
 
Hoy soy feliz, acabé el inventario de sentimientos y el resultado no pudo ser más satisfactorio: no caben en este corazón sobresaltado que los acoge.
15 diciembre 2009
 

Cerrado por inventario... de sentimientos. Ruego disculpen las molestias. Ante cualquier urgencia toquen directamente en el corazón.
13 diciembre 2009
 

Sólo cabe el olvido para quien no ama.
7 diciembre 2009
 

¿En qué preciso instante la noche dejó paso al día? ¿En que preciso instante olvidé que la luz se hace de adentro hacia fuera?
23 noviembre 2009
 

¿Dónde localizar mejor el horizonte de mis ojos que en la mirada inabarcable de los tuyos? ¿Dónde tanta vida, tantos sueños, tanta esperanza?
20 noviembre 2009
 

Este silencio, este grito para adentro...
12 noviembre 2009
 

¿Puede haber quien espere mi desesperanza? Si es así, qué esperanza queda para quien espera, pero, sobre todo, qué puedo yo esperar?
11 noviembre 2009
 

Ya se sació la fiera que alojo en mis entrañas. Ella duerme y yo descanso. Te susurro lo que siento con la respiración entrecortada. Ojalá no se despierte.
8 noviembre 2009
 

Tic, tac, tic, toc... mi corazón es una margarita a la que voy despojando de pétalos. No descarto, al final, hacer trampa siempre que triunfe el del amor.
8 noviembre 2009
 

Hay días en que el viento trae ecos que quisieras no oir, pero ¿quién lo detiene? ¿quién lo atrapa y enmudece?
8 noviembre 2009
 

A veces siento que soy menos yo cuanto más prevalecen mis sentimientos. Tal vez sea su luz que ciega mis sentidos. Tal vez sea el vértigo que se abre ante el vacío de mis dudas. Tal vez sean las coordenadas de un mapamundi en el que mi corazón va a la deriva.
5 noviembre 2009
 

Traigo su luz en mis pupilas, y lejos de cegarme abren mi mirada a sueños que jamás pude imaginar.
2 noviembre 2009

Hoy he descubierto nuevos soles, nuevos mundos en esa querida galaxia de sueños que cada día voy conociendo. Y me asombré de su belleza, de su fuerza, de su presencia. Y me sorprendí de su ímpetu, de su riqueza, de su luz... Y quise orbitar en torno a ellos aunque la gravedad de su atracción me devorara.
28-10-09

 

En blanco... en negro, tan diferentes, tan complementarios, tan necesarios, tan imprescindibles: como el rumor que nos deja la sucesión de los días.
28-10-09

Hoy, tras el holocausto de la tarde, quise dejar de pensar, accione el interruptor de los pensamientos para apagarlos, pero todo fue imposible: el acero de sus aristas sigue debatiéndose entre el corazón y mi cerebro justiciero.
27-10-09

Se que existes, se que estás ahí... ¿por qué?, entonces, me entristezco cuando la brisa de tus olas no empaña de emoción mis pupilas.
22-10-09
 

De nuevo las lágrimas han corrido esta noche por mi ventana, y ante tanto desconsuelo me he sentido inútil y sobrecogido.
21-10-09
 

De tanto pensar y pensar se me precipitaron las ideas a la cara y se me fugaron los latidos a la cabeza. Al final, de tan estrepitoso desatino, se me descuartizó el rostro.
18-10-09
 

Si supierais lo que estoy pensando me pondría rojo.
15-10-09
 

A veces una brizna de mar es suficiente para llenar todo un pensamiento único e irrepetible. Y hay veces también, en que esa misma brizna puede dejarte noqueado, vacío, sin sentido.
14-10-09
 

A veces una brizna de mar es suficiente para llenar todo un pensamiento único e irrepetible.
12-10-09
 

Mi almacén de pensamientos ha abierto de nuevo sus puertas. Se aceptan ideas. Se transfieren sueños. Se intercambian ilusiones. Gracias por su interés. Si no hay interés no hay deseo, si no hay deseo no hay ilusión, si no hay ilusión no hay motivación, si no hay motivación no hay movimiento, si no hay movimiento no hay acción y si no hay acción hay retroacción, y entonces soy un niño y... ¿Qué hago aquí?
10-10-09
 

Mi almacén de pensamientos ha abierto de nuevo sus puertas. Se aceptan ideas. Se transfieren sueños. Se intercambian ilusiones. Gracias por su interés.
08-10-09
 

Hoy no quiero pensar nada, estoy demasiado preocupado como para alojar más sorpresas. He echado la persiana a los pensamientos. Mañana será otro día.
05-10-09

 

Con y sin urgencia (2000 - 2005)

Con y sin urgencia (2000 - 2005)

 

Hoy parece un engaño que fuésemos felices

al modo inmerecido de los dioses.

¡Qué extraña y breve fue la juventud!

-Francisco Brines-

 

 

 

 

LXXIII

De un tiro a bocajarro

este poema perdió una estrofa

al cruzar la calle de las ideas:

un francotirador le voló

la tapa de los sentimientos.

 

Otra se perdió en la chistera

del ilusionista de palabras,

del prestidigitador de silencios.

 

Una tercera se trasnochó

-impaciente-

en la obscenidad que distancia el corazón

de la mesita donde alojo los sueños.

 

La

siguiente

se

precipitó

sin

más

página

abajo

sin

un

punto

ni

una

coma

acaso

a la que aferrar sus emociones.

 

Y esta última abortada:

nunca alcanzaron la madurez

los versos necesarios

para un alumbramiento con-sentido.

Ni la verdad

-si es que la quimera es posible-

del poema

ni su dulce perversión subyacen

entre la verticalidad compuesta

de este juego de palabras.

Se fueron, transgresoras,

por las líneas abiertas

y aun sangrantes

de las estrofas abatidas,

como se va

el rumor de los días

sin que lo presienta

ni en mí nada quede.

 

LXXIV

¿Es acaso Otoño?

Primero

me venían grandes los bolsillos

y llevaba desabotonadas las ideas;

después hube de cambiar de paso,

crecí de peso

y hasta de cartera;

más adelante

las llaves se multiplicaron y crecían

sobre el papel

de mil formas crecían

acotaciones a la memoria desvaída;

más recientemente sufro

de desavenencias, desaires,

desiertos, despierto

y algo me dice

que me estoy haciendo un hombre.

 

 

LXXV

Penetra,

indica los parámetros de la ilusión

donde permanecen los item,

y sin embargo todo avanza más que nos pese.

Nada es como parece más permanece

en todo momento las dudas y la lascivia.

Ni equidad

ni sometimiento

ni siquiera indecisión.

Reiteración es Prometeo.

Acaso un regocijo

a poco un crucifijo

y un exabrupto que se extiende

que invade esta conciencia,

esta mediocre

esta carcoma, fatal

incoherencia

que me corroe y me provee

como un rosario

un sudario

un látigo

una prisión sin ventana

para las palomas que revolotean,

para los apetitos y la desgana.

¿Qué celda dices?

¿Qué celda?

¿Dónde la celada

mantuvo cerrada

a tus y mis ojos la diestra,

la certera farsa?

¿Amordazada, dices?

Amordazada,  afirmo.

Consciente, evidente

convaleciente

inerte.

Mas, me gusta, o no me sorprende

el sonido de los golpes

¿tal vez ame la violencia?

¿tal vez necesite la violencia?

¿acaso soy yo la violencia?.

Seguro que no seré yo quien diga

qué es esto que ocurre

y haya de ser la noche,

la luz o el día quien me ofrezca

calma al sinsentido.

Cama, quise decir, al sentido.

 

Sé, tildo, no basta

no acento, ni apóstrofe

sí íntegro, en cursiva o negrita,

a su elección: el cliente

siempre tiene la razón.

Esta tarde corre un fuerte viento

un huracán en mi habitación

y sus puertas no cesan,

no descansan hasta desangrarse

hasta morir de amor

en esta causa sin remedio

que juega conmigo,

que me pervierte como un pecado

¡Mortal!.

Infierno, infierno

querido averno:

Aquí estoy, no se

si por fe, mi voluntad, o cualquier otra cosa,

estoy y eso te basta, Lucifer de mierda,

porque está a pedir de tu hedionda

pestilente boca. Mas te  beso

y es ahí donde mi entender

mis cuarenta y cinco me interrogan:

¿No eras, al fin y al cabo, hetero?

¿A qué juegas con el rabo?.

Falso. Miento. Este poema es un engaño.

Nada es lo que parece

tampoco soy yo quien a ti te parece,

sino un reguero de pólvora corriendo

hacia un tonel comprometido,

ganará quien primero llegue.

Víctor al vencedor, albricias.

Corra la sangre y el vino

que la carne ya está servida, corran

el sexo, el verso, el converso

y el impávido

que nada teme, porque nada espera.

Corran, pues, los aleluya

y las gaviotas nos coman los ojos.

 

LXXVI

No serán los besos

quienes te traspasen,

Corazón,

sino el fuego de su nombre

o la velocidad de los labios

al pronunciarte.

 

LXXVII

Desciende,       grácil

indolente,        ajeno

imperturbable

mas cae,          irredento.

 

El destino,       presiente,

la norma,         asegura,

la verdad,        suspira...

 

¿Pensar?,         acaso el tiempo,

la razón,

como poco       la duda.

 

Precipitado,     obcecado

afrenta             los párpados,

la sonrisa,        hierática, plástica...

 

Velocidad         por

Distancia         por

Masa                por

Aceleración: gravedad. No alcanza

en su vertiginoso frenesí

de Newton mas que el sacrificio

de los corderos. De la manzana

Adán

de Eva la réplica serpenteante

de una historia sacrílega.

 

Mas cae, irremisible

decadente, promiscuo,

certero hacía el iris del huracán

y no revolotea

y no se agita

ni espera un milagro: nada confía

en dioses, ángeles, almas

traidores o simples matarifes.

Regresa a Cernuda:     

            “Si no te conozco, no he vivido;

             Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”.

Y seguro se abandona, definitivo

despierto, dichoso, crédulo:

el impacto es sonoro, rojo y expansivo,

nada amortigua el latir de su corazón

ni el batir de alas enajenado,

y un coro de voces rotas languidece

ante tanta maravilla.

Eternos los sentidos

efímeras las palabras

rebelde el vuelo interregno

inédito el destino

irrepetible el gozo

ausente el duelo

trágicos los silencios

y permanente la imagen: su imagen

cual Ícaro vencido de amor

cual Ícaro pleno de amor.

 

Sepia y carmesí es el color

de sus labios en este instante

y un beso sobre el papel aún húmedo

oculta, a falta del revelado,

un rictus amargo bajo el rojo

de la lámpara ante mis ojos:

¿qué otra cosa podía hacer?.

 

LXXVIII

Desvuelo en el hospital

El cielo de Granada

-en esta noche enorme-

es de un rojo sucio y opaco,

y hasta el patio de las esperanzas

otoñean los desvelos que lo pueblan.

 

Pugnan en Granada

-en esta tremenda hora-

las sombras por los pretiles

y las alambradas de la memoria;

y transitan, por la calle de los pensamientos,

inasibles equilibristas

entre ráfagas dolorosamente cárdenas.

 

Vuelan por Granada

-en este tiempo velado-

restos de gaviotas y náufragos;

y malheridos los silencios se turban

-atropelladamente lacios-

entre la multitud de los sollozos

y de los rostros aún en movimiento.

Descrédito de Granada

cuando las ubres de la madrugada,

destetadas Sierra abajo, no amamantan

al niño que abrirme quiero a la mañana,

al aterrado hombre que escondo mi miedo

entre los olmos de este territorio sin misterio.

 

Despierto en Granada

al rito de la luna luna,

al desvuelo de las palabras que caen,

almas al cabo,

en el más vertiginoso de los pretéritos,

amanezco desconocido

e inédito, sobre todo para mí.

¿Desmuero hube de decir?.

 

LXXIX

Si una lágrima en el papel

es un inmenso lago de amargura

en cuerpo y alma,

si un silencio entre verso y verso

es un cataclismo de dolor

rebelde y ciego a flor de piel,

si un solo segundo, uno sólo,

en la zozobra inabarcable del desamor

diera para cien sonetos

desgarrados y asimétricos,

¿a qué descarnar y voltear sujetos

contra verbos por configurar

un poema siempre ínfimo

descerebrado e inútil?

¿a qué maldecir el tiempo

y sus contratiempos

por narrar con palabras

lo que la tragedia describe

-indeleble- entre líneas?:

las encarnizadas y sangrantes

líneas abiertas

de los  condenados corazones.

 

LXXX

Este torrente,

este revuelo de palomas

recobrando con sus alas

el aire necesario.

 

Este bullicio,

el de los blancos corazones,

sorteando nubes

construyendo un mar

por el que remontarse en vilo:

 

Este torrente

que nos lleva,

que nos lleva.

 

LXXXII

Y por favor,

no me dejes en una orilla de los sueños

sin saber si alguna vez

podré alcanzar la otra.

 

LXXXIII

No hay sombra en su rostro cuando lo miro,

nada de él se me escapa

porque nada oculta,

digamos que se me ofrece

y yo lo hago mío

tan diáfano como su alma.

 

LXXXIV

Con un torrente de mar en sus ojos me sorprendió

-sin esperarlo- la primavera,

y me alcanzó cuando más lo necesitaba.

 

Reconocí la luz

en ese caudal de vida corriendo por mis venas

y desee sentir su mano generosa

sobre mi asustada y frágil presencia,

la de un dios con nombre de mujer

con labios de mujer,

señora de la fertilidad y el amor,

de la belleza y sus constelaciones.

 

Más, humana divinidad también,

de ella aspiré compartir un segundo,

uno sólo de su profunda, inédita

y fructífera existencia,

de su inagotable juventud, por ser yo,

desde ese instante, más hombre

en las inmediaciones de su gloria.

 

El estío, con su rotunda certeza

engrandece, si cabe aún más, sus rayos

y la magnitud de su hechizo,

y llena de sabiduría la dicha que me ofrece,

la embriaguez que me brinda

ahora que nos une la verdad de los sueños.

 

LXXXV

No hablo de las llamas que calcinan,

no,

ni siquiera de las que –dicen-

purifican;

hablo de devorarme

dulce y apasionadamente

entre el flamear rojo y sedoso

de tus cabellos.

Digo de tus ojos

-que son del color de la mies

 y de la primavera-

de cuanto por su mirada alcanzo

y del volcán incendiario de sus iris.

Cuento del fragor de tus labios

y del abismo insondable del deseo;

susurro del crisol de tu boca

palpitante, incandescente y vigoroso,

y del nuevo yo que de él emerge.

Hablo de fuego,

de su perturbadora belleza,

y hacia él corro dichoso y esperanzado.

 

 

LXXXVI

No renuncio

a mi adolescente capacidad de amar,

y con un balbuceo que me nace

como un torbellino entre las entrañas y el alma

proclamo mi condición de errante enamorado.

Enarbolo, con juventud inusitada y tardía,

la enseña de la pasión por un beso,

uno sólo, de tus labios.

 

¡Es posible morir por un beso que no llega!,

por el deseo de sentir mi piel emocionada

junto al manantial de la tuya

que inunde este febril renacimiento

-seguramente inmerecido- que en mi provocas.

 

Acaso robar la luz de tus ojos fuese suficiente

para iluminar con ella mi torpeza de años y derrotas,

mas, con atrevimiento que me sobrepasa,

todo lo pretendo:

también el rayo y el vértigo de tu inédita

y extraordinaria y rotunda desnudez,

tus silencios y tus risas,

tus dudas o tus verdades únicas...

y lucho y fallezco por alcanzarlo.

 

Osado y loco de mi, que aún creo

en viejos cuentos de hadas y caballeros,

y en mi locura anhele

el halo de tus labios por despertarme

en un sueño mágico entre tus brazos.

 

Mas nunca haya de sobresaltarte el temor,

ni esta, mi disparatada ilusión, ensombrezca

tus ojos siempre vivos,

ni decline la candidez de tus palabras

o el grácil trazo de tu franca sonrisa.

 

LXXXVII

Como entonces

Como entonces, sí;

como toda la vida

continúo reescribiéndome.

 

Como siempre

recibiéndome en cada una

de las inasibles líneas

versiculares de la mano.

 

Y como en cada caso

yéndoseme palabra a palabra

como el aire entre los dedos.

 

LXXXVIII

La tarde es un tobogán

por el que los rojos se precipitan

contra un cielo imposible,

por el que los ojos, nuestra mirada,

se inmiscuyen en la travesura

de los arco iris y la dulce perversión

de sus amores cromáticos.

 

Los fanáticos acordes de tan inmensa sinfonía solar

reverberan por el valle que baten

-muy adentro de ti y de mí-

corazón e índice:

tan vasta distancia se comprime

y expande tanto como la herida abierta

va pespunteándose por entre el celeste.

 

Tanta y tanta sangre derramada

en esta primavera de tardes y piratas

corre por mis pupilas como una verdad ardiente

y no quema, ni asola

el paisaje que soñé y al que ahora pertenezco,

sino que me alumbra en una natividad

de hombre comprometido.

 

Atrás el descrédito,

a lo lejos la duda

a la deriva las sombras,

al frente el espectáculo necesario:

danza, acordes, emoción, vértigo

y ni una raya y ni una sola línea

que delimiten los ejes cartesianos

de la más viva cartografía infinita.

 

Y atónito me sucedo

me regocijo

me desvanezco

entre los rojos y los zulúes

cuerpo a tierra, como el sol

que se me estrella

por el fondo de la retina y la consciencia.

 

LXXXIX

De un primer y certero vistazo

me asalta la sintaxis de tus ojos,

me cercan tus pupilas suspensivas.

De un tajo impecable desciegas

la opacidad de siglos que me atenaza

y abres, inequívoco astro,

brío celeste, fogonazo cómplice,

ante mí las páginas todas de tu mirada.

En tropel se precipitan

-como un sorbo vital y cálido-

retina adentro.

De piel y de esferas

es este regocijo de sentimientos que me penetra;

de be(r)sos, de ve(r)sos,

también de lágrimas vencidas,

es este bebedizo con forma de cielo

que ahora me ocupa.

Traficantes de nubes,

mercenarios de sueños

perpetradores de espejos

se me re(b)elan, implacables:

¿Pueden, acaso,

domarse unos ojos?

¿Tal vez desestructurar una mirada

sin que el firmamento

o el alma se nos caiga

a jirones sobre los hombros?.

 

XC

Se ha colado bajo mi piel

como un alma extraña y resentida,

se ha calado -diría, más bien-

como ácida hiel entretelas.

Es de grueso paño gris este malvenido traje

-¡diplomático!-

que me subatrapa.

Uno de sus hilvanes, una costura retiene

una antigua sonrisa y la pespuntea

en patética y cutánea mueca.

Pesado terno que me encanece,

encanalla, envilece,

pretérita tristeza

que se ha rejuvenecido en mí

a mi pesar y sin mi permiso.

Hiriente plomo que acabará

-si nadie los deslaza-

por atribular mis párpados

ya seriamente tocados.

 

 

XCI

Fue unas veces -¿recuerdas

tan por el principio?- tu sincera ingenuidad

de franca juventud.

Otras, conforme el tiempo se nos aliaba,

el torrente dulce de tus besos

y la frescura de tu apasionada entrega.

Otras más –conforme transitábamos de las ideas

a los sueños y de estos

a la espléndida conjunción de los hechos-

la certeza de tus impulsos,

la utopía de tus convicciones.

Los hubo también -¿cómo olvidarlos

si con ellos partió al vuelo el sosiego?-

llenos de lágrimas y desazón:

desesperados, aferrándonos el uno

al otro y pujando nuestras almas

por la razón de la sinrazón.

Fueron, sin duda, de los imprescindibles

aquellos en que afloró la vida

de entre los dos; y nos fundimos en ellos

y fueron , sin duda, quiénes más nos hicieron

nosotros: primorosa paradoja de ser

sin pertenecerse ya: imperecedero amor.

Han sido, son

innumerables

las imprecisas –a veces-

descriptiblemente declinables –otras-

las dichosas razones (sea cual fuera

el pálpito de nuestros corazones)

que en ti y hacia ti me llevan

para ser quien soy,

que en mi se ofrecen

para ser quien eres;

y sean, aún imprevisibles,

infinitos los motivos de amarnos.

El deseo, tras tan largos y breves años

es cuanto puedo ofrecerte,

amén de unos brazos, mi propensión a la sorpresa

y la capacidad de ilusionarme;

del resto –como en la parábola-

hablan por mí mis actos, y a ellos me refiero

cuando te entrego mis ojos

para que me muestres el camino.

El camino que nos pertenece.

 

XCII

Bello y fresco rostro

despierto de largas y doradas trenzas

brillante y amarillo y claro

limpio transparente vegetal

y aromático.

 

Desperté con él, o con él ya andaba

cuando abrí los ojos: descubierto

desnudo

tiritando a la luz que no al frío -que no hay- aunque

la escarcha refleja mis pupilas reveladas.

 

Como si fuera de otro mundo –un arco

un salto, un abrazo- de una a otra parte del verde

por donde se me ofrece sin reservas en la dicha

y el entrecejo extendido a mis caricias:

Amada mañana.

 

Respira el día a esta hora soberbia

en este tiempo de insomnio,

insólitas respiran sus criaturas y sus sueños,

aventuran vida por todos sus poros la tierra

y sus simientes.

 

De admirar el azucarado vaho, que asemeja

a una impresionante hoguera silenciada cuanto veo,

dos lágrimas se suman a la corriente suspiros abajo.

Avanza el río

y exhala por el llano los mensajes que lo surcan,

y en ellos me regocijo y ruborizo de amores,

mas continúan

con su indeleble sustancia

por el destino a su encuentro.

 

Es probable que jamás regrese

al privilegio de esta mañana única,

íntima y pura

pero ya me pertenece

como yo pertenezco a la imagen de ese día.

 

XCIII

Crecen, convulsas, mis cervicales

gesticulan -sordo estruendo-:

Somos miles, millones,

del silencio el grito.

 

Despejadas vías y sentidos,

nada se interpone entre ellos y mi percepción

ni la piel erizada,

ni la pelvis glotona

que se eleva como un cáliz ofrecida

a las altura de sus ojos devoradores.

 

El altar donde yacen

es mi sueño y yazgo “de forma salvaje

sobre un universo interior”

Lagartija Nick eleva su himno

sobre mí, mientras Telémaco

insufla las alas de su nave

y nos sentimos despiertos,

obligadamente expectantes,

víctimas de un dios irredento.

 

Qué podríamos esperar

de tan inesperada espiral

si la mente cae

-desciende contra todo pronóstico-

por la indecencia decadente

de un sueño curvo

como sus fatales caderas.

 

Sus labios son

son

-todos son- el género

de nuestra histeria

de nuestra historia, quise decir.

 

XCIV

Estas lágrimas

tienen nombre y apellidos,

fecha de nacimiento y algunas -maldita cólera-

de muerte (a qué decir despedida).

Estas lágrimas

tienen voz y rostro. Estas lágrimas antiguas.

 

Y rezo porque no me desahucien

mejillas abajo, otras diferentes

otras nuevas, hoy:

después de muchas palabras

de algunos retos y demasiadas derrotas.

 

XCV

Veinticinco versos

Pudieron haber sido veinticinco

bellas -aunque insuficientes- palabras,

mas aritmética y semántica, de tan frágil piel

en su esencia, se revelaron invisibles

al trazo de nuestra existencia compartida.

 

Pudieron haber sido un manual sintáctico de amores-

vida-cielos-besos-ojos-lágrimas-quieros,

una pérgola de epítetos, metáforas, hipérboles

o un descalabro de verbos y sus conjuros:

ayer-hoy-mañana-siempre.

Pero se rebelaron apasionados como una tragedia

bellos cual elegía, enternecedores como una nana

desgarrados  como una epopeya

y certeros desde la utopía.

En todo los casos veraces,

lunáticos y comprometidos.

 

Y como el sol, que hace con su desvanecimiento

inmortal a la escarcha que se precipita entre sus rayos, ahora,

llegado este tiempo dulce de vértigo

entre sueños y recuerdos,

desde los entrelazados brazos

desencadenamos una corriente -viva-

por el tragaluz de nuestros veinticinco versos.

 

XCVI

Sobredosis

La mirada vuelta         

hacia el cielo de los pobres,

la escorrentía reteniendo olores

y augurios,

una instantánea helada entre la opacidad

y el objetivo,

descarnada la atmósfera de escrúpulos

y de patrimonio sobre la tierra turbia,

la gravedad atenazada

en cada músculo inapetente,

plomo en las venas

que antes fluyeran cárdenas:

Una incisión metálica

y un borbotón abortado.

 

No palpita la calle a calle

sino a densidad rancia,

brazos y piernas despeñadas

del propio cuerpo indefenso ya

camino de su sombra,

ni pupilas

ni rastro de sus esferas y su tránsito,

más plomo en el desahucio inconcreto

de las paredes y su sustento,

un hilo apenas entre el cuello

y las ideas –roto-.

 

Los rostros desparejados (el que fuera

y el que es) callan:

Ni un son, ni un recuerdo,

ni un movimiento, tampoco eco.

A sus pies también silencio, mustio

y presunto de sanguinidad,

las huellas de otras existencias se desvanecen

o jamás se pronunciaron:

no hay perdón ni indulgentes

entre la turba desheredada

sólo resignación o indolencia,

sólo asco.

 

XCVII

Tal vez no sea

un estricto amor

del descubrimiento,

ni siquiera, aún,

un amor adolescente.

 

Quizá no rija su destino

por la estrella polar

o los confines del firmamento,

tampoco, seguramente,

por el codiciado azar.

 

A lo peor pasaron ya

mil barreras, o no, superadas,

destituidos tronos y cortesías,

desterrados sueños o vilezas o

-quien sabe- si el fragor.

 

Puede que esté, más claro

u oscuro para siempre,

el destino inacabado,

que mermaran latitudes y coordenadas

del cartográfico mar de corazones.

 

Es posible un deseo solitario,

una bocanada de brisa tibia,

una mirada impredecible:

un sortilegio de pasión

o un recuerdo ensimismado.

Es suficiente lo insuficiente,

conciso el gesto del creador,

presurosa la luz y sus cadencias,

reincidente la frialdad que atenaza,

efímera, del gozo, su cuadrícula.

 

Mas, hablando de mí

hablo de ti en este

binomio compartido,

afirmo que el mundo no es

único e indivisible,

que otros mundos son posibles

mas ninguno sin ti.

 

Confirmo que yo soy tú o nada,

que ni tiempos ni espacios,

ni sombras o anhelos sabrán decir

de mí recuperado

si no es contigo, amor.

 

XCVIII

Línea sin flotación

Tris, tras

Tres

Trozos, trazos

Trasiego

Tragos

Trémulos

Trizas, tropiezo

Trágico

Trepidante

Tránsito

Tráfico

Tripas, tráfico

 

Y el azul inocente, en rojo

Y el lecho desvelado, en rojo

Y sus huellas blancas, en rojo

Y sus pupilas desposeídas, en rojo

Y las almas amoratadas, en rojo

 

De rojo contra la playa entre olas

Quienes aún  se debaten o a quienes

se les fue, en la soledad del tumulto, su precaria

e íntima -ínfima-  riqueza

Desasidos de todo

De todos y de si mismos, sin consuelo

Ni otra vida que ponerse ni llevarse a la cara.

 

Despejen la playa

Prohibidas desnudeces

Desalojen las aguas

Despeguen las pieles

Desagüen miradas

Desvelen corazones

Descarguen los sueños

Descorran los paisajes

Desciendan las luces:

                       

Y al tercer día, hágase la noche

Y el firmamento, estremecido, cerró los ojos por no verlo.

 

XCIX

El cielo se precipitó

en un torrente

lágrimas abajo;

mas tu alma,

lejos de zozobrar,

permaneció a flote.

Y con rumbo.

 

C

 

...Ese libro

que parece no querer

nunca acabar de escribirse.

 

Síntesis de álgebra humana (1996 -2000)

Síntesis de álgebra humana (1996 -2000)

 

Por lo visto es posible declararse hombre.

Por lo visto es posible decir no.

De una vez y en la calle, de una vez, por todos

y por todas las veces en que no pudimos.

-Jaime Gil de Biedma-

 

LVII

Ando perdido, hace largo tiempo,

en esta  ciudad donde cumplí los cuarenta,

y entre tanta gente y más vueltas

me he echado de menos.

No se trata de un olvido,

de una ausencia mental pasajera, 

tampoco -y lo lamento- de un error de cálculo

ni se me fundieron los puntos cardinales:

es, llanamente,

una pérdida a mí viejo traje prendida.

Quizás, la humedad y un poco de óxido,

adheridos a las articulaciones de mi voluntad,

inmovilizaran reflejos, distendieran mi caminar

y no supiera dar con la farola que otras veces,

entre tanta noche ácida y falsas constelaciones,

abre mi calle a noctámbulos

y otros canallas de regreso.

Entre tanto extravío, sólo mis ojos reparan

en el neón de unos labios,

en sus eléctricos guiños de amor equilibrista

para náufragos sin salvavidas ni red bajo las olas,

y a su luz se aferran mis pupilas atormentadas:

redivivo, pobre Ulises sin barco al que amarrarse.

Descompasado deambular por las esquinas acres

donde perros y borrachos alivian su premura

o el desatino,

apuntaladas esquinas por carnales graffitis  

atravesados por corazones de iniciales descabalgadas.

Furtivo, clandestino voy

de acera en acera de la ciudad

y ni la estatua ecuestre de la plaza

ni el nombre de sus calles me encaminan,

los semáforos, insolidarios,

sólo parpadean en ámbar,

y -ni siquiera- la sinuosidad de olmos y acacias

me indican la dirección del viento a mi paso.

No cabe esperar al día para alentar un encuentro,

para ello precisaría, a más de otras cosas,

una razón o un rostro:

la primera yace bajo el asedio de los sueños,

para el segundo un espejo

y no quedan en esta ciudad cercada a mis deseos.

Finalmente, el perímetro de uno solo de mis pasos

deviene distancia envenenada

y  un cansancio de kilómetros

contamina mis órganos:

inhábil, perdido y quieto quedo.

Tal vez la humedad y un poco de óxido,

quizás el no recibir allá arriba

-maldito correo, maldito y desmotorizado-

un último mensaje del corazón.

 

LVIII

Basta de rimar hombre con dolor y sufrimiento.

Que salvo el consuelo estéril o el recuerdo

nunca la palabra cicatrizó herida alguna

ni la metáfora alivió el lamento,

y menos aún devolvió el calor

al cuerpo desprovisto de aliento.

Basta de acentuar caído en la batalla

entre el fuego cruzado de la pluma y el verbo,

que no hay derrota más amarga

que la que se libra en sí mismo

-una vez víctima y otra verdugo-

y vencer es un tiempo reflexivo.

            ¡Si cupieran, al menos,

            los versos suspensivos...!

 

LIX

Elijo ser yo

-a mi terrenal condición atado-

y soñar,

a ser halcón

y volando

no saberme libre e ingrávido.

 

LX

Granada 12 de abril

Veo Granada hoy con otros ojos

como tanto ansiara por hacerlo:

por el prisma desde el que tus pupilas,

inéditas y generosas, me permiten reconocer

todo cuanto imaginar pueda una mirada.

 

Abarco desde hoy, como afrenta a la opaca lucidez

de mi vista cansada,

todo un universo esmeralda; preguntad

y dejadme gozar de mi respuesta:

nada escapa a mi conocimiento

desde que me mostraras el sublime paisaje.

 

Son tus ojos, Ángela, los que hacen saltar

a la comba mi alma,

los que en la rayuela la guiaron

por el filo de la espada;

sólo ellos prendieron el fuego necesario

y por ellos aprenderé de esa luz y esos contornos

que antes me fueran inauditos.

 

Vanos faros, inútiles luciérnagas,

ni sobre el mar atormentado

ni por el pedregoso sendero preciso

más que tus ojos para salvarme; la dicha

es una llama que se hace lágrima en mis mejillas

y pide, resuelta de alegría,

hacerse eco para náufragos

y caminantes a la deriva.

 

Hoy en Granada sé que será menos amarga

la página en blanco que nunca escribo,

la que desde años se resiste a mi letra tortuosa,

porque ahora eres tú dueña de la palabra

y de cuanto significa, y con ella

y por ella cedo a tu pulso vigoroso

el libro, apenas un balbuceo,

que cuando naciste comenzara.

 

Hoy, por esta ciudad en la que un día

me soñé arquitecto de corazones

y alquimista de los sueños, te bendigo,

y aunque algo sé de la vida, de sus entrañas

y su compleja estructura,

con humildad pido a gritos

que de tu fertilidad se enamore como yo lo hago,

y de la dulce y embriagadora química

por la que renace y se recrea

en el arco iris de tus ojos.

 

Y cuando el tiempo pase, ya sea en ésta

o en otra ciudad de paso, y aún más cansada

la lucidez de mis ojos les adormezca,

susúrrame muy despacito,

pero sin saltar ni una línea,

cuanto los tuyos vean,

letra a letra,

y entre letra y letra un beso.

 

LXI

Si no existiera el recuerdo

si sólo fuese la memoria una palabra,

una indolente combinación ininteligible,

si lo que durante el día recorrimos

se desvaneciera junto a las últimas luces

en un infinito e inmediato crepúsculo:

cada mañana, al abrir los ojos, sería

como un nacer de nuevo.

 

Dónde cabría entonces el miedo al fin,

dónde ese pánico que nos transporta de uno

a otro lugar del tiempo aunque

-bien es verdad- otras ilusiones

efímeramente nos reconforten.

Dónde albergar, entonces, el dolor y la ausencia,

el maltrato que la pasión nos infringe

o la duda salteadora de corazones.

 

Sólo el amor de quienes quiero

me hacen desear que todo continúe,

que esta maraña de pensamientos acontezcan

en forma de felicidad duradera para ellos

y sean

-por tanto-

dichosa arquitectura de sus vidas y la mía.

Sólo eso y el continuar ansiando

un remoto paraíso por descubrir

me aferran con uñas y dientes al calendario

y saber que la de ayer

es hoy ya hoja caída,

que la emoción de un mañana

es licor apetecido de mis labios

y que no habrá de embriagarme suficientemente

como para olvidar que, aunque fugaces,

fue imprescindible el resplandor

de las viejas estrellas adormecidas;

aunque ello me impida, cada amanecer,

despertar a una nueva vida.

 

LXII

De la semántica y sus latitudes

Con voz queda y algo trémula le confió:

¡Teme, admírate de su grandeza,

que una cópula altiva, una sola

baste para transferir cuanto yo conciba

en sustrato de sus pensamientos.

 

Le habló también, entonces,

de los gestos de la palabra,

de sus maneras atildadas,

de su sonora temporalidad,

del regreso al pasado por obra de un

-casi imperceptible- estigma sobre su frente

y del tiránico poder que ese ínfimo báculo detenta.

 

Y fue a partir de ese momento

que comenzara a temer de los signos

y su implacable trascendencia

del juego cruel de la transmutabilidad

que supera y envilece

a la mecánica genética de las especies

para convertirse en un dios arbitrario

que todo lo trastoca en el reino de los hombres.

 

Fue, a partir de su revelación,

que se negara a sonidos extraños y ajenos,

guardando para sus adentros la y o los acentos

en la certeza de ser él mismo su dios único

y verdadero,

de que ningún otro le arrastraría

-en elocuente y frenético embrujo-

del presente a los abismos del entendimiento.

 

LXIII

El legado

Nada poseo que a mí deba,

de nada soy dueño en este mundo

salvo de la dicha de saberme

carne de vuestra carne,

ella es toda mi riqueza y a ella me pertenezco,

no es ya posible en mí el anhelo

porque nada puedo desear más que a vosotros,

porque no cabe la duda

sino la algarabía al contemplaros

y verme, pequeñito, al fondo de vuestros ojos,

por eso, llegado el día,

cuando haya de hacer balance

y me pregunte qué os dejo

en pleno uso de mi gozosa lucidez diré:

a vosotros, sencillamente,

inconmensurablemente vosotros.

 

Puesto que ninguna obra,

ninguna acción divina o de los hombres

-de este mundo o de todos los sueños posibles-

podrá hacer nunca de mí quien soy

como vosotros me hacéis,

qué pudiera yo daros que no os ofendiera,

que no despertara la ira de los dioses

por mi atrevimiento.

 

De mi gratitud este poema os dejo,

sus palabras están impresas con el aliento

de una noche de frío y están, por tanto,

cargadas de calor, de todo el calor del que puedo:

el de mi vida. Con ello

nada os lego pues os pertenece.

 

LXIV

Eran tus lágrimas, mi niña,

las que en esa mañana de despedida

ocultaban el Valle;

las que enmudecían todo rumor

que los latidos del amanecer pronunciaran.

 

Era la pátina de tus ojos abrumados, mi sol,

la que me cegaba y asombraba

en la zozobra de tu mirada.

 

Las distancias

que tu joven amor fue marcando

por entre cumbres y barrancos

se me hicieron inabarcables:

quise ser águila para otear la sonrisa de tus labios,

quise ser gamo para recuperarla y enjugar tu llanto,

¡cuánto dolor en tus mejillas

y qué poco consuelo el de mis manos!.

 

¡Cuánto envidió esa mañana de julio

tu amor puro desgarrado, cuánto las bravas aguas

la fiereza de tu corazón desbocado!,

¡cómo el eco de los bosques transmitió a los seres que lo habitan

cuál es, por fin, la frontera de los enamorados!.

 

Caminé y caminé hacia el rocío hiriente de tus ojos

y sentí mi cuerpo humedecerse en su desventura,

en él y por él deseé licuarme y pertenecerle

por si sirviera de remanso…

sólo atiné a balbucear cualquier cosa, luego callé

y juntos continuamos

de regreso a casa por el sendero.

 

LXV

No cabe mayor mezquindad

que la del que renuncia atemorizado

a la regeneradora luminiscencia de los astros

y se deja electrocutar, sin embargo

y como un todocreador efímero,

ante el pálido filamento de una bombilla.

 

¿Para qué os quiero, ojos,

salvo para desdibujar con el corazón de la mano

una resbaladiza lágrima

sobre la ciega mejilla?.

 

Asístame el rayo fecundador y certero

capaz de desmembrar una sola gota, sólo una,

y elevarla desde el confín de los océanos.

Y redímame de estas tinieblas que me separan

de la génesis de ese nuevo universo.

 

 

LXVI

Si eres de quienes adoran los astros

por su tamaño,

y no por la violencia crítica

                        de sus rayos o

                        de las sombras que alimentan,

lo siento.

 

Si a pesar de todo

eres de los que creen

que la esperanza no se agota

                                    gota a

                                    gota

aún cuando la noche cae

sobre los caníbales agujeros celestes,

lo siento.

 

Lo siento,

pero yo, también tengo

un corazón desnucado.

 

LXVII

                       L

        U 

        N

LUNAR

        T

         I

        C 

        O 

                    erró de muesca

                        la llave

                        por el orificio

                        de la duda

                        y sucumbió

                        deliberadamente

                        junto al carmín

                        cabrón

                        de sus labios

 

 

LXVIII

Donde el cielo renace para mí

mientras fantasea, rojo y malva, cara a tierra;

entre el azúcar superviviente a la codicia de los besos

y la melancolía de las mariposas.

           

En el cráter de una tormenta mínima de lágrimas

o en el inaprensible silencio blanquiazul de los astros;

por la impredecible órbita que en áureo y anaranjado

y brillante estruendo prende todo un firmamento

de admiraciones y sobresaltos infantiles.

           

Entre los cuerpos desvanecidos a fuerza de amor,

entregados a la anatómica voluntad de los gozos;

sobre el leve y exuberante pétalo quebrantado,

sujeto a la gravedad de los sentidos.

 

Desde la fuga que corcheas y semifusas emprenden

con el otoño de los violines

transidas de primavera,

en los acordes palpitantes de un alumbramiento

aún corazón con corazón.

           

Allá donde un poco de brisa

deviene carta para navegantes

en el mapamundi de mis sueños más lejanos

y en el remoto siglo del hombre que vendrá.

 

A donde quiera que miro, suspiro, intuyo...

A donde quiera que quiera,

donde quiera que imagine, estás tú.

 

LXIX

La mentira es un reptil de cola larga

que te azota los sentidos

y te inmoviliza el alma

cuando, traicionero, ataca.

Y peor aún, que descubre en ti,

ciego e hiriente de rabia,

ese caimán sanguinario que fuiste

o camaleón truculento más de un día

ante el amor confiado e inerme

de quien no merece la dentellada.

 

LXX

Cumpleaños

Una melodía sin palabras

recorre, con tu nombre,

la cálida estela del verano que nos deja

y la fresca bocanada de un primerizo otoño.

De las violas por las canales en contrapunto

de los suspendidos oboes a las hojas cayendo,

del chapotear de los niños como hondos timbales

o del piano acompasado al discurrir presuroso

de unos enamorados por guarecerse

se hará realidad una canción sin pentagrama,

y sin embargo,

fielmente interpretada cada año.

Y habrás de ser tú, amada mía,

la partitura viva que todo lo conforma,

el por qué de tan bella sinfonía.

 

LXXI

Au clair de la lune...

La levedad de tus pequeñas y nacaradas manos,

la bella filigrana de tus dedos sorteando

-titilantes cabritillos- las redondas unas,

y las blancas otras, armonías de la dicha.

Cabriolas de sonidos y silencios

acompasando la felicidad que en tí nace

y en mí describo,

que me elevan por la que antes fuera distante,

y ahora sólo un suspiro, cercanía de los astros

en este claro de luna.

Son sólo siete años,

siete tus plenos y enérgicos tramos:

escala que me lleva, desnudo y redinuevo

-que no cabe en mí pesar ni zozobra a tu lado-

por los torbellinos de fugas y semifusas,

por tantas y tantas melodías que nunca supe;

siete razones para entonar desde este instante

la grandeza de tu vida

y una razón para la mía.

Méceme una vez más, mi niño,

con ese arrullo que yo, tu niño, anhelo,

cuéntame otra verdad celeste

y prendidito a tus dedos volaré,

en esta plenitud de luna, al mejor de los sueños.

 

LXXII

Tal como persiste la huella sobre un gélido

atardecer de invierno

así persisto, lacrimosamente,

ventana abajo:

            acaso una línea al borde,

            ni siquiera catarata mínima que estremeciera,

            al fondo del abismo,

            el silente aleteo

            de los insectos muertos.

 

Como elíptica fuerza, de universal

arrebato,

golpeando existo todos los vanos posibles

entre la inconsciencia y la incontinencia:

            acaso una mera tangente,

            ni siquiera una radicalidad decorosa

            que agravara, con su ley,

            el juego polar

            de los deseos contrariados.

 

Ante la vanidosa pregunta de quién soy

suelo confabular la duda inquieta

con la opacidad del recuerdo callado

y la ficción del presunto. Distingo –entonces-

parto y llanto (y todos los lloros que vendrían)

de cromosomas y otros recursos estilísticos,

obvio al yo reconocido en estadísticas

y al que se pliega a erre haches más o menos sanguíneos,

separo al individuo

y reparo en el hombre.

 

Por todo cuanto hice ebrio de mí, imploro

al dios del perdón y al ángel del pecado

y en ambos me reconforto.

Deduzco, más allá de mis semejantes,

que a nadie más que a la vida y su contrario

me pertenezco,

o que el dolor no es más aval que el amor

ante este sumario. Y

-finalmente-

lamento la vileza del resultado.

 

Los favoritos de los dioses (1991 - 1995)

Los favoritos de los dioses (1991 - 1995)

 

...Aunque después de tanto y tanto no haya

ni un sólo pensamiento

capaz contra la muerte.

-José Angel Valente-

 

XLV

Autoestima

Si pudiera hablar,

por estas manos que a todo se niegan,

del pobre aquel que las sustenta

diría verdades como puños:

dudaría, en primera instancia,

de la veracidad y su sustantivo,

de la razón que lo asiste y

del perfil que su rostro proyecta

iluminado por la arrogancia del verbo.

 

Si pudiera desmembrarse

del tronco que las maneja

y oscurecerlo por la acerada

sombra de sus dedos:

silenciaría su estéril disimulo,

su juego travestido por el deseo,

el vértigo que dista reconocerse

de la cabeza a los zapatos.

 

Pero son estas, mis armas derrotadas,

artillería mojada,

torpes manos para ocupar su sitio

entre el corazón y la conciencia,

entre la espada y la pared

a que las someto.

Y eso gano.

 

XLVI

Y me sentí traidor

mientras besaba tus labios como un rito.

 

XLVII

He reconocido hoy

la llama de tu piel

entre las altas piedras

de la nueva ciudad amurallada;

un hielo aciago y ácido

ha fulminado, como un rayo,

la exilada geografía del noble

y grave recinto demudado,

más tú, juventud que permaneces,

Normal">has descifrado un único

e ineludible jeroglífico

sobre los trágicos y desnudos vértices

que se desearon amantes.

 

He reconocido hoy

la llama de tu piel

sobre mi piel adormecida

y un recuerdo de marea ha inundado

-con el embriagador licor de tus labios-

la ofrecida playa abandonada

desde los rostros últimos

que tus pasos dibujaron.

 

XLVIII

 Bienvenido olvido

si tus huestes desmemoriadas vienen a ocupar

el lugar del error o el terror.

Mal amado olvido

cuando tu manto cieno viene a desdecirnos la vida,

las horas en vilo que apenas nos quedaron.

 

IL

Qué importan ya horas

minutos o silencios

en que vencieron las sombras

al desarmado ejercito de los sueños.

Qué importan lugar

o tiempo para la derrota

si no habremos de estar aquí

-entre esta tierra calcinada-

para sabernos de regreso.

 

L

Como el viento a la cometa

-en la colina donde el mar es un delirio

y el cielo un desafío-

me fuiste, amor, necesario;

si para ser más libre o más preso

tampoco los ángeles, recelosos,

aventuraron una quimera.

 

Y todo quedó en el aire,

como la cometa,

necesario.

 

 

LI

En el denso azul de las tinieblas

acepta el hombre medir sus fuerzas

frente a un mar imposible y, en su locura,

profanar el dulce pecado en que habitan

sirenas y tripulantes, hundidos de amor,

sobre un lecho de galeones.

 

Cuál, si es que existe, es la recompensa,

el premio para el sucesor de Ulises, cuando

sobre la nave que surca la piel erizada de los

océanos

nada queda

salvo la embriaguez de los sentidos

y el cuerpo aterido del navegante.

 

Desde la fragilidad de saberme hombre a secas

yo proclamo mi condición fatal de viejo

y solitario piloto

y pido ser contigo pasajero.

 

Desde el mástil en que se otean ignotas tierras,

espejismos y alucinaciones,

yo renuncio al bergantín por las olas de tu pelo.

 

Desde el puerto en que abandono mi galera

te suplico, amor, que me acojas

y poblemos desde la orilla de tus labios

un íntimo e inagotable amor nuevo.

 

LII

Aquel patio de recreo,

patio de amores y juegos

donde  crecíamos,

un día cualquiera nos anunciaba que el Otoño

-con el llanto de los viejos olmos-

había llegado,

y un carnaval de pensamientos,

entre el verdín de los paseos, se agazapaba

bajo un universo tornasolado de hojas

crepitantes unas y otras de ancianidad mudas,

y desafiábamos,

con la exultante juventud de nuestras pisadas,

el maremagnun dorado y mustio.

Disipados los besos que el viento de octubre

depositara sobre nuestras frescas mejillas

no me conmueve ya tan estremecedor relevo,

y sólo he de enfrentarme al espejo cada mañana

o saltar más de lo debido,

o hablar -y el verbo me delata-

para saber del regreso,

ahora unánime, definitivo e íntimo

del otoño hasta mis ojos.

 

LIII

Mientras tañían las campanas

ha cesado el trueno

se apagaron las luces

y el firmamento, por un instante,

se ha quedado quieto.

 

 

LIV

Era noche y era única.

Nadie más podría en ese instante

haber habitado junto a nosotros

la latitud de sus hemisferios y,

solos, supimos que el tiempo

nos pertenecía en todo su infinito inabarcable,

que ese mundo inédito -el de esa noche-

no era sino nuestro

en toda su magnífica cartografía.

Era noche y lo era todo:

de los astros toda su celeste anarquía

de los hombres sus ecos y divinidades,

álgebra humana:

suprema razón: 

síntesis absoluta:

y tú y yo.

No dijimos nada por no perturbar

-besándose-

la luz de nuestros labios que se alargaba

y extendía

hasta pertenecerse en nuestros cuerpos.

Con recién nacida sabiduría de siglos

recorrimos como un sólo gesto

todas las épocas y sus confines,

y también aprendimos, esa noche inmensa,

a reconocernos

y gozar

y dulcificarnos de nuestro abrazo.

 

Y fue entonces que concebimos el alba

y separamos la tierra de los mares

mientras el sol penetraba ya

como un caudal en nuestra alcoba, desafiando

a nuestros aún

brazos y labios entrelazados.

 

LV

Detuve la opaca luz de la noche

para recibir el amor

revelado en tus pupilas.

Sediento de tu tiempo joven

te abracé por regresar

a los días de gozo que precedieras,

conformando un «nosotros»

como espacio generoso y albo.

Y crucé el espejo detenido en una mueca,

desdije del rostro amargo desafiando

la gravedad que oprime en labios.

De tu mano, Ángela, renuncié al miedo

de ser hombre en este instante.

Que no es cobardía el sosiego

sino compañero,

que entre el cielo y la tierra

hay mucho más que el viento

borrando nuestros pasos;

que es posible un nuevo código:

signos sin máscara ni condena,

lengua universal, torrente claro,

para alimentar

de las sombras su descalabro.

 

LVI

Quiera Dios

que nunca haya de escribir

ni una sola palabra

si hubieran de ser los versos

morfina para el alma, o si

de sus envenenados trazos

quedara ante el irrenunciable trecho

que a veces une y otras distancia

el percutor de la boca o de la bala.

 

Concédeme el tiempo necesario (1986 - 1990)

Concédeme el tiempo necesario (1986 - 1990)

 

Concédeme el tiempo necesario...

-Brigido Jiménez-

 

 

Ahora ya se lo que es la gloria.

Es el derecho a amar sin medida.small;">

-Albert Camus-

 

XXV

Concédeme el tiempo necesario,

amado mío,

para detener con mis labios

la frescura que por los tuyos escapa.

para, unidas tu mejilla y la mía,

alcanzar el triunfo en la batalla.

Quiero empujar tus ojos adormecidos

hasta elevar un arco iris inalcanzable,

hasta naufragar, sólo y decidido,

en la corriente de tus lágrimas.

Deja que mis dedos, temblorosos y torpes,

persistentes arranquen,

como en un suspiro, de tí esa daga.

Ya no oigo el tañer de campanas

ni la mañana es clara,

oídos y boca enmudecidos quedan

por tu palabra rota, como rotas

quedan mis palabras.

Ya no ofreceré mi aliento a la brisa

que embriaga mi alma. No puedo

¡Oh Dios!, tan siquiera

elevar una plegaria.

Deja, compañero,

que mi cuerpo junto al tuyo pugne,

alcemos nuestros brazos como un sólo grito,

como un sólo arma,

como un sólo fuego que ilumine

tu figura tan blanca.

No habré de ver ya el mar

pues clausurada quedó la ventana

y el vuelo de gaviotas devino oscuro

y grave

como vuelo de guadaña.

No me hará ya estremecer el batir de olas

ni el vértigo de la montaña,

abandonado el hogar, tu casa,

ni el fragor del valle que antes nos acogiera

será de nuevo morada.

He de continuar sólo y errante camarada,

por entre turbios laberintos buscar

tu dulce y profunda mirada, encontrar

la verdad amarga.

He de proseguir despierto y sólo, hermano,

no tiene fin mi camino, tampoco tregua

para el que espera, como no la hubo

para quien perdió su primer combate.

 

No he de apreciar por mis sentidos

hasta que tu vuelo alcance,

hasta que tu sonrisa alivie

mi sed de caminante. No hay tiempo

que perder, mi fiel amigo,

ni premura en el desasosiego.

No asistió razón al verdugo

que decretó tu marcha y no tuve valor

para vengar tu falta.

No queda más que un sollozo estéril

ante tu cuerpo inerte: ¡Concédeme

-amado mío- el tiempo necesario!.

 

 

XXVI

Blanca era la mañana

como blanca era

la quieta desnudez de tu cara.

Tus dedos entrecruzados,

el cerco dulce de tus labios

presto a la palabra y el tacto

de otros labios

de otros mares

que acoger entre tus manos.

Blanca era la mañana

y un trasiego imparable,

definitivo y estéril, sin embargo,

demudó nuestra presencia inerme,

arrostrándonos en convulso desafío

a custodiar tu sueño desvelado.

No fueron el alboroto o el llanto

quienes desgarraron como el hielo

el azul límpido del día, sino el gélido verbo

conjugado en el más atroz, el más certero

de sus tiempos,

ateriendo sin un temblor a tu joven cuerpo,

sin un forcejeo,

sin un poco de aliento ya. Sólo una leve y muda sonrisa

y un vacío adentrándosenos

con la humedad de los besos.

Quise elevar tu cabeza hasta mi rostro

y oír tu ritmo acompasado,

sentir la fuerza de tus brazos sobre los míos,

quise renunciar a la luz y el calor

por devolver a tus pupilas el fuego,

quise dormir junto a ti por siempre

si el despertar de los dos

no nos era permitido. Mas, mi alma desterrada

ya no albergó razón para ocupar

un sitio en la almohada.

Recuerdo que fue aquella

una mañana blanca y desvaída

como el cliché velado

de una noche sin luna.

Y ahora que nada queda

elevo mis ojos decididos hasta alcanzar

ese tu eco liberado

con el que arribarán a mi ventana

lluvia, nieve y caminantes, y todos:

el llanto cómplice del invierno

y las voces destempladas de los hombres,

sabrán decirme de ti amanecido.

 

XXVII

Fuiste, tempestad, la tragedia.

Acaso tu, distancia, el móvil.

Del mar homicida, la ira.

De la demencia su ejercicio.

La oscuridad como verbo que no cesa.

En todos sus tiempos el miedo.

Atropellados voz, amor y movimiento

yo: nadador derrotado.

            ¿Y de ti?, mi amor,

            ¿qué se de ti después

            tras que todo lo ofrecieras?.

 

 

XXVIII

Cae la tarde -desdichada-

como un torrente de mar envejecido,

como un fragor de violetas

enajenada cae

por entre la herida abierta,

descarnada llaga enrojecida

de un corazón aún inédito

-casi un balbuceo- recién naufragado.

 

Cae,

como un suspiro helado en labios,

para adentro,

precipitada gota conversa

hacia dentro, definitiva y sólida

silenciando besos, tejiendo velos:

puerta, cadena, traba, cancerbero

para la luz que ansía el verbo

que es del color de la primavera,

que es del son de la primavera,

que es fecunda como la primavera, pero cae,

helada para adentro.

 

Cae la tarde envilecida

-huérfana de pasión y deseo-

a la deriva de una noche sin estrellas,

y es miedo lo que asoma a los ojos,

miedo es la palabra y el temblor que la apresa,

y una escarcha desdiciéndolo todo:

el aroma de la rosa,

la cadencia de las olas,

el vuelo incesante de gaviotas;

trastocándolo todo

como un cuento que comenzara por el final

y mal acaba, porque...

cae la tarde

y era esta la noche del despertar

y no la noche que llega.

 

¡Cae!

¡Cae!,

cae la tarde entre tus brazos, amor,

y mis manos

como un llanto vuelto hacia los cielos

no puede detenerla.

Cae sombría entre tu y yo

y se nos hace distancia

insalvable para los dedos, amor,

la tarde entre los dos

como un océano desconocido y furioso,

como una cima cierta y tangible,

árida e inexpugnable

la tarde

malhadada cae

noche cerrada ya.

 

XXIX

 Entre tus sones quedo,

corazón que renaces

con fuerza de primaveras.

Entre tus sones

-¡oh dulce amor!-:

Credo de mis vientos,

amplio tú,

ideología de mis besos.

Que de tu voz nueva

espero el sueño

y todos los sueños,

terso paisaje

que habrá de llevar al mar

por ti estremecido.

 

XXX

Deshojo la flor y la belleza

que un día acogiera:

Un rumor de pétalos heridos,

desencadenados,

tapizando el íntimo bulevar

que antes fuera distancia,

un miedo pujante y posesivo

secuestrador de luz y sueños

como cadalso de la alegría,

y una sentencia última

en una tarde de espinas.

 

Esto me queda:

Un recurso desestimado ante la vida,

el tiempo memorable de los muertos

y una ocasión menos

para el desaliento.

 

XXXI

Y tu, amado mío,

cuál sería el poema que me escribieras,

cuál tu voz nueva,

qué melodía guiara tus palabras,

qué sonrisa esbozaras

-condescendiente-

desde el centro de tu sueño imperturbable.

 

Del pliego acribillado

por la herida abierta de tu nombre

un mediodía sin horizonte

se instaura en los dominios de mi vista,

y de tus dedos

-corazón que renaces

con vigor de primaveras-

habrá partido, único

e incontenible,

alzándose sobre el yermo paisaje de mis lágrimas

el más perfecto y abrasador

verso de amor y vida.

 

XXXII

 

Donde el Tiempo -acaso un desvelo-

se tornó inflexión, falla,

sima aterradora,

en el tránsito en que tu alma y la mía

alcanzaron la más sublime exaltación

de amor consumado.

En el alba,

un revuelo de claveles, mientras dormías,

ha sellado tus labios,

ha domeñado tus ojos,

ha devastado -cínico e insaciable-

la ciudad que nos conforma:

Pasto de sus llamas

no ha lugar entre los restos calcinados,

no es este el mundo

ni el momento añorado,

no son estos los ecos de tu percusión afinada

ni de las tus bien templadas manos;

no es este el Tiempo

-sea acaso un desmuero-

porque es el Tiempo donde ahora tu habitas,

donde siempre existieras

y yo fui,

y llorarás como ahora yo lo hago

mi ausencia de tu lado,

de mis substracción involuntaria

para ser consumido

en este a modo de quimérico juego.

 

 

XXXIII

No hablaba de vida ya

cuando sobrevivir era el desafío.

 

 

XXXIV

Siempre seré de tu palabra

deudor del verso estremecido.

 

 

XXXV

Acaricio la flor desnuda

y desatada entre los dedos

y persiste la espina

-aguijón decidido-

eje de la duda subvertida

sobre el papel inerme

que asila esta suerte de hombre.

 

Sin pudor, navajazo diestro

y encuentro, sin valor acepto

el color y la partida

que el tablero dispone

y juego.

 

Más la derrota, que es verbo

antiguo y certero,

determina la consumación del acto,

imprime con su puño sobre mi frente

el estigma de los condenados,

a pesar de que el pétalo

ceda a la presión

de mis dedos incontenida.

 

XXXVI

El que llegue

será aliento que no pueble

estas mejillas desentrañadas

por un beso de despedida.

 

XXXVII

Vencí

más de una generación de primaveras

entre el pálido goce, promesa

de mi cuerpo ensombrecido;

algún rubor de cálices sofocado

como casualidad del tiempo

que miente o me condona.

 

Mas, siguen frío

lluvia y viento sorprendiendo

-pacto de mis desvelos-

cada noche que te amo y desespero,

como si me fueran desconocidos.

 

Vencí

más de unas horas, o una vida,

el pasar de nubes

por los ojos de la memoria,

desprevenidos y crédulos, hasta

alcanzarse inexpresivos y viejos.

 

Mas no pude aún,

tras tanta clara victoria,

vencer el precio de tu ausencia;

recobrar el vuelo de paloma

que iniciásemos juntos

junto a un mar de gaviotas;

mirar al sol quedamente

sin sentir en las pupilas

un ahogo que ennegrece

todo cuanto en el horizonte otea;

tras tanta clara victoria

siquiera un rumor,

siquiera un beso.

 

XXXVIII

Suena batiente el mar joven de tus labios

contra el frío paisaje de mi ventana.

No aguardan árbol ni pájaros en derredor

de la íntima estancia,

sólo un océano antiguo

y desierto de estrellas

-bajo el inclemente sol enajenado-

que no acoge el eco del cristal

ni la huella palpitante del beso dibujado.

 

Suena un viento de joven carne reconocido

entre los baldíos tiestos, depositarios,

de lejanos geranios enarbolados.

Y un rumor de noches en vigilia, frágil,

lento y desmemoriado

en que ni reconocer puedo

el signo inequívoco de tu existencia:

el fragor de olas contra mis ojos,

el verso de aire esperanzado en la distancia.

 

XXXIX

En el  acotado parque de los tilos

el denso ronroneo de corazones a ralentí,

indolentes motores, desgarbados y ojerosos,

simulan una batalla de mandos

órdenes y botones, de palancas que musitan

un rosario de fricciones imposibles,

más ninguno inicia un latir

diáfano y coherente.

En el irremediable parque de los corazones

árboles sin nombre declinan

la velocidad de lo ajeno

y desaparecen nostálgicos

en el revés de un vuelo.

 

XL

Tras esa ilusión de almas y dioses,

paraíso de héroes, anhelo humano,

anduve imaginando raptos,

dilucidando batallas por recuperarte

amor

por amarte,

desdiciendo el reloj detenido

en una hora asesina,

balbuceando tu nombre

con el verbo hiriente apostado

contra mi pecho.

Te busqué entre la cegadora nada

y lo infinito

por alcanzarte o encontrarme.

Y aún permanece en mí un calor ajeno

un andarme por dentro

una sensación de proximidad:

la huella indeleble de un beso,

tu beso,

sobre mi piel sobresaltada.

 

XLI

Entre donde tu estás y donde yo quedo

las lágrimas son mar por el que nuestras naves

acuden a su encuentro.

 

XLII

La garganta:

Un trueno, la separación de la tierra y los mares, una colisión de autos, acero, firme, una bala, ardiente. Impacto. Un portazo, alud precipitado traquea abajo, un vaso atomizado entre dedos y el ácido cauce para un vidrio libertario. Un gravitar sin alas, un motor coagulado, una sombra, una duda.

 

De boca afuera:

Silencio. La paz condenada de quien espera, conocer. Un presagio. Confirmar. Un rumor. Destruir. La certidumbre. Un entreacto, entre los labios y el más allá irreconocible.

 

XLIII

Atrapado quedo

desde la sierra madre sustentadora de alas

al horizonte que te ciñe.

Atrapado, desde la altura que pervierte

el vértigo de sentirme ángel a tu sombra,

en la víspera inalcanzable de tu aniversario.

Veinte clavos, que pudieran haber sido rosas,

me cercan,

veinte años me sitian, ocupan mis manos,

temblorosas,

que cobran en este preludio

de tu imperecedera presencia

senectud de cicatrices,

fiero color violáceo entre los dedos: veinte

domeñados

por la imposible configuración del deseo,

la miel de tus pupilas.

No sé si son hoy ciertas tantas cosas como dije

sobre el trágico juego de lo humano

y vacilo aterrorizado

entre la trama de los días y lo incierto.

Atrapado quedo

en la inminente proclamación de tu aniversario,

de todos tus años;

mas sólo tú

con la corriente embriagadora

y dulce de tus labios

podrá sofocar

las veinte dudas que, mañana,

al despuntar el alba,

abrasarán mi corazón desnucado.

 

XLIV

Ciudad de paso

Hoy las calles

-presagio de una noche densa-

me han preguntado por tí y tus pasos,

y mi sombra

-desde la angosta senda del destierro-

ha ocultado su rostro

entre los brazos encendidos

de los semáforos en rojo.

 

Los versos del éxodo (1980 - 1986)

Los versos del éxodo (1980 - 1986)

 

Descifremos el mito:

el Ángel es la nada;

Dios, el engaño.

Luzbel es el olvido.

-Francisco Brines-

 

X

Mil novecientos

cincuenta y seis: naftalina.

            Tras

            tres días de parto

            harta la matriz

            y los labios secos,

            agrietados:

            la toalla y un guantazo, naftalina

            o jazmín de arcones,

            llanto primero.

A senos, naftalina, ciclón de mares

blanco

limpio blanco

aire aire aire

y los insectos muertos.

 

XI

Quise ser Dios

Cuando ser hombre

Me vino demasiado grande.

 

 

XII

y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten…

 

 

XIV

Playa nudista

 Ósculo

 Orno   

 Orbe

  Opto

Óvalo  

Óvulo

Ojo:     Ombligo

 

 

XV

Perfil

Como

          si

               sólo

                    se

                        tratara

                               de

                                   morir

                                        volando

                                                 me

                                            he

                                     dejado

                                 caer

                          por

                  esta

   apariencia

        de

pájaro

 

 

 

XVI

Y vencieron los héroes

aunque exhaustos.

Presuntuosos y rebeldes

afrentan victoriosos estos bravos

la paz de los dioses,

vulnerada ya la de los hombres

que los erigieron enviados.

Atrás quedaron

gratitud y lealtad como besos

perdidos, absolutamente,

mas

aunque bellos y jóvenes

vigorosos y diestros en la lucha

no les cupo ocasión

para destruir el recuerdo:

no posee cuerpo al que batir,

¡no al viento!.

Al viento sólo la templanza calma

y no es este el eco

que recorre los campos sino de acero

ensangrentado.

Quedan único el héroe y su conciencia,

sólos como los otros cientos

de aguerridos ante el ojo (con mayúsculas)

testigo eterno.

Una voz le señala,

individualmente pero al tiempo

que todo pudo haber terminado

con la última batalla,

que ya -continúa la voz-

pueden no ser necesarios.

Sólo el fin de los inmortales

-acertaron a comprender los imponentes muchachos-

dará fundamento a la nueva lucha.

Todos callaron la interrogante.

Los héroes,

aunque exhaustos,

se dirigen, convencidos, al cielo.

 

XVII

 

el

VÉRTIGO

es

así

como

un

LÁTIGO

o

estar

a

solas

CONTIGO

ante un paisaje de montaña

 

 

XVIII

Un poema de amor no es

decir: te quiero, y basta,

no es que imaginara

o amase, una tarde juntos

junto a un paisaje maravilloso;

que por escribir un verso,

uno sólo,

empeñé hace tiempo las manos

y ya, sólo tú

fuiste papel lápiz y texto.

 

 

XIX

Irreflexivo

poderoso amor:

todo el amor.

 

XX

Soledad

Como la mirada ausente de un retrato

como una carta perdida repleta de amor

como el hueco en la almohada

como un secreto sin compartir

como la sombra herida de una farola

como una calle sin salida

como una calle en multitud

como el miedo

como un distraerse

como el miedo.

 

 

XXI

¡Ay! que te conocí

-como una desabría noche de amor-

cuando no debiera.

Y al llegar mañana

un amargo recuerdo

será nuestra despedida última.

¡Ay desamor!

cuando no debiera.

 

 

XXII

¿Cúal es el peso de una colección de besos?

(de versos quise decir).

-Juan de Loxa-

Deshojando pétalos

como quien lanza balas

o bombas certeras,

-también lo fueron geranios

o azahar-

un revuelo de paloma incesante,

con ebriedad del coleccionista

de besos y versos,

asciende cálido

a coronar corazones.

 

Un alivio asoma a los ojos

del cuerpo poseído

y un soplo de viento

vivo y necesario como alas certeras

desentumece la palabra y el verbo,

y un sólo amar

-estruendoso y preclaro-

es conjugado a coro.

 

 

XXIII

Tras el aterrorizado perfil

donde el hombre se necesita ángel

no fue

el salto suficiente

para jugar a dios

allí que el árbol  -sólo-  testigo solo

deviene trampolín o

                               vértigo

                               precipitado.

 

La tarde

ensangrentada

se ha dejado caer de manos

del suicidio esplendoroso

y el paisaje cobra senectud de cicatrices

asteriscos de papel plata

y cielo de violetas.

 

XXIV

Nos conoceremos

por ojeras de nácar y ceniza,

por nuestra sombra envilecida

y el pasar de autos.

Y no habrá condición

ni justicia

que nos exima

del placer prohibido.

Mientras,

una nube anónima

se deja oir, errante,

por entre los locos.