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juanmaríajiménez

Con y sin urgencia (2000 - 2005)

Con y sin urgencia (2000 - 2005)

 

Hoy parece un engaño que fuésemos felices

al modo inmerecido de los dioses.

¡Qué extraña y breve fue la juventud!

-Francisco Brines-

 

 

 

 

LXXIII

De un tiro a bocajarro

este poema perdió una estrofa

al cruzar la calle de las ideas:

un francotirador le voló

la tapa de los sentimientos.

 

Otra se perdió en la chistera

del ilusionista de palabras,

del prestidigitador de silencios.

 

Una tercera se trasnochó

-impaciente-

en la obscenidad que distancia el corazón

de la mesita donde alojo los sueños.

 

La

siguiente

se

precipitó

sin

más

página

abajo

sin

un

punto

ni

una

coma

acaso

a la que aferrar sus emociones.

 

Y esta última abortada:

nunca alcanzaron la madurez

los versos necesarios

para un alumbramiento con-sentido.

Ni la verdad

-si es que la quimera es posible-

del poema

ni su dulce perversión subyacen

entre la verticalidad compuesta

de este juego de palabras.

Se fueron, transgresoras,

por las líneas abiertas

y aun sangrantes

de las estrofas abatidas,

como se va

el rumor de los días

sin que lo presienta

ni en mí nada quede.

 

LXXIV

¿Es acaso Otoño?

Primero

me venían grandes los bolsillos

y llevaba desabotonadas las ideas;

después hube de cambiar de paso,

crecí de peso

y hasta de cartera;

más adelante

las llaves se multiplicaron y crecían

sobre el papel

de mil formas crecían

acotaciones a la memoria desvaída;

más recientemente sufro

de desavenencias, desaires,

desiertos, despierto

y algo me dice

que me estoy haciendo un hombre.

 

 

LXXV

Penetra,

indica los parámetros de la ilusión

donde permanecen los item,

y sin embargo todo avanza más que nos pese.

Nada es como parece más permanece

en todo momento las dudas y la lascivia.

Ni equidad

ni sometimiento

ni siquiera indecisión.

Reiteración es Prometeo.

Acaso un regocijo

a poco un crucifijo

y un exabrupto que se extiende

que invade esta conciencia,

esta mediocre

esta carcoma, fatal

incoherencia

que me corroe y me provee

como un rosario

un sudario

un látigo

una prisión sin ventana

para las palomas que revolotean,

para los apetitos y la desgana.

¿Qué celda dices?

¿Qué celda?

¿Dónde la celada

mantuvo cerrada

a tus y mis ojos la diestra,

la certera farsa?

¿Amordazada, dices?

Amordazada,  afirmo.

Consciente, evidente

convaleciente

inerte.

Mas, me gusta, o no me sorprende

el sonido de los golpes

¿tal vez ame la violencia?

¿tal vez necesite la violencia?

¿acaso soy yo la violencia?.

Seguro que no seré yo quien diga

qué es esto que ocurre

y haya de ser la noche,

la luz o el día quien me ofrezca

calma al sinsentido.

Cama, quise decir, al sentido.

 

Sé, tildo, no basta

no acento, ni apóstrofe

sí íntegro, en cursiva o negrita,

a su elección: el cliente

siempre tiene la razón.

Esta tarde corre un fuerte viento

un huracán en mi habitación

y sus puertas no cesan,

no descansan hasta desangrarse

hasta morir de amor

en esta causa sin remedio

que juega conmigo,

que me pervierte como un pecado

¡Mortal!.

Infierno, infierno

querido averno:

Aquí estoy, no se

si por fe, mi voluntad, o cualquier otra cosa,

estoy y eso te basta, Lucifer de mierda,

porque está a pedir de tu hedionda

pestilente boca. Mas te  beso

y es ahí donde mi entender

mis cuarenta y cinco me interrogan:

¿No eras, al fin y al cabo, hetero?

¿A qué juegas con el rabo?.

Falso. Miento. Este poema es un engaño.

Nada es lo que parece

tampoco soy yo quien a ti te parece,

sino un reguero de pólvora corriendo

hacia un tonel comprometido,

ganará quien primero llegue.

Víctor al vencedor, albricias.

Corra la sangre y el vino

que la carne ya está servida, corran

el sexo, el verso, el converso

y el impávido

que nada teme, porque nada espera.

Corran, pues, los aleluya

y las gaviotas nos coman los ojos.

 

LXXVI

No serán los besos

quienes te traspasen,

Corazón,

sino el fuego de su nombre

o la velocidad de los labios

al pronunciarte.

 

LXXVII

Desciende,       grácil

indolente,        ajeno

imperturbable

mas cae,          irredento.

 

El destino,       presiente,

la norma,         asegura,

la verdad,        suspira...

 

¿Pensar?,         acaso el tiempo,

la razón,

como poco       la duda.

 

Precipitado,     obcecado

afrenta             los párpados,

la sonrisa,        hierática, plástica...

 

Velocidad         por

Distancia         por

Masa                por

Aceleración: gravedad. No alcanza

en su vertiginoso frenesí

de Newton mas que el sacrificio

de los corderos. De la manzana

Adán

de Eva la réplica serpenteante

de una historia sacrílega.

 

Mas cae, irremisible

decadente, promiscuo,

certero hacía el iris del huracán

y no revolotea

y no se agita

ni espera un milagro: nada confía

en dioses, ángeles, almas

traidores o simples matarifes.

Regresa a Cernuda:     

            “Si no te conozco, no he vivido;

             Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”.

Y seguro se abandona, definitivo

despierto, dichoso, crédulo:

el impacto es sonoro, rojo y expansivo,

nada amortigua el latir de su corazón

ni el batir de alas enajenado,

y un coro de voces rotas languidece

ante tanta maravilla.

Eternos los sentidos

efímeras las palabras

rebelde el vuelo interregno

inédito el destino

irrepetible el gozo

ausente el duelo

trágicos los silencios

y permanente la imagen: su imagen

cual Ícaro vencido de amor

cual Ícaro pleno de amor.

 

Sepia y carmesí es el color

de sus labios en este instante

y un beso sobre el papel aún húmedo

oculta, a falta del revelado,

un rictus amargo bajo el rojo

de la lámpara ante mis ojos:

¿qué otra cosa podía hacer?.

 

LXXVIII

Desvuelo en el hospital

El cielo de Granada

-en esta noche enorme-

es de un rojo sucio y opaco,

y hasta el patio de las esperanzas

otoñean los desvelos que lo pueblan.

 

Pugnan en Granada

-en esta tremenda hora-

las sombras por los pretiles

y las alambradas de la memoria;

y transitan, por la calle de los pensamientos,

inasibles equilibristas

entre ráfagas dolorosamente cárdenas.

 

Vuelan por Granada

-en este tiempo velado-

restos de gaviotas y náufragos;

y malheridos los silencios se turban

-atropelladamente lacios-

entre la multitud de los sollozos

y de los rostros aún en movimiento.

Descrédito de Granada

cuando las ubres de la madrugada,

destetadas Sierra abajo, no amamantan

al niño que abrirme quiero a la mañana,

al aterrado hombre que escondo mi miedo

entre los olmos de este territorio sin misterio.

 

Despierto en Granada

al rito de la luna luna,

al desvuelo de las palabras que caen,

almas al cabo,

en el más vertiginoso de los pretéritos,

amanezco desconocido

e inédito, sobre todo para mí.

¿Desmuero hube de decir?.

 

LXXIX

Si una lágrima en el papel

es un inmenso lago de amargura

en cuerpo y alma,

si un silencio entre verso y verso

es un cataclismo de dolor

rebelde y ciego a flor de piel,

si un solo segundo, uno sólo,

en la zozobra inabarcable del desamor

diera para cien sonetos

desgarrados y asimétricos,

¿a qué descarnar y voltear sujetos

contra verbos por configurar

un poema siempre ínfimo

descerebrado e inútil?

¿a qué maldecir el tiempo

y sus contratiempos

por narrar con palabras

lo que la tragedia describe

-indeleble- entre líneas?:

las encarnizadas y sangrantes

líneas abiertas

de los  condenados corazones.

 

LXXX

Este torrente,

este revuelo de palomas

recobrando con sus alas

el aire necesario.

 

Este bullicio,

el de los blancos corazones,

sorteando nubes

construyendo un mar

por el que remontarse en vilo:

 

Este torrente

que nos lleva,

que nos lleva.

 

LXXXII

Y por favor,

no me dejes en una orilla de los sueños

sin saber si alguna vez

podré alcanzar la otra.

 

LXXXIII

No hay sombra en su rostro cuando lo miro,

nada de él se me escapa

porque nada oculta,

digamos que se me ofrece

y yo lo hago mío

tan diáfano como su alma.

 

LXXXIV

Con un torrente de mar en sus ojos me sorprendió

-sin esperarlo- la primavera,

y me alcanzó cuando más lo necesitaba.

 

Reconocí la luz

en ese caudal de vida corriendo por mis venas

y desee sentir su mano generosa

sobre mi asustada y frágil presencia,

la de un dios con nombre de mujer

con labios de mujer,

señora de la fertilidad y el amor,

de la belleza y sus constelaciones.

 

Más, humana divinidad también,

de ella aspiré compartir un segundo,

uno sólo de su profunda, inédita

y fructífera existencia,

de su inagotable juventud, por ser yo,

desde ese instante, más hombre

en las inmediaciones de su gloria.

 

El estío, con su rotunda certeza

engrandece, si cabe aún más, sus rayos

y la magnitud de su hechizo,

y llena de sabiduría la dicha que me ofrece,

la embriaguez que me brinda

ahora que nos une la verdad de los sueños.

 

LXXXV

No hablo de las llamas que calcinan,

no,

ni siquiera de las que –dicen-

purifican;

hablo de devorarme

dulce y apasionadamente

entre el flamear rojo y sedoso

de tus cabellos.

Digo de tus ojos

-que son del color de la mies

 y de la primavera-

de cuanto por su mirada alcanzo

y del volcán incendiario de sus iris.

Cuento del fragor de tus labios

y del abismo insondable del deseo;

susurro del crisol de tu boca

palpitante, incandescente y vigoroso,

y del nuevo yo que de él emerge.

Hablo de fuego,

de su perturbadora belleza,

y hacia él corro dichoso y esperanzado.

 

 

LXXXVI

No renuncio

a mi adolescente capacidad de amar,

y con un balbuceo que me nace

como un torbellino entre las entrañas y el alma

proclamo mi condición de errante enamorado.

Enarbolo, con juventud inusitada y tardía,

la enseña de la pasión por un beso,

uno sólo, de tus labios.

 

¡Es posible morir por un beso que no llega!,

por el deseo de sentir mi piel emocionada

junto al manantial de la tuya

que inunde este febril renacimiento

-seguramente inmerecido- que en mi provocas.

 

Acaso robar la luz de tus ojos fuese suficiente

para iluminar con ella mi torpeza de años y derrotas,

mas, con atrevimiento que me sobrepasa,

todo lo pretendo:

también el rayo y el vértigo de tu inédita

y extraordinaria y rotunda desnudez,

tus silencios y tus risas,

tus dudas o tus verdades únicas...

y lucho y fallezco por alcanzarlo.

 

Osado y loco de mi, que aún creo

en viejos cuentos de hadas y caballeros,

y en mi locura anhele

el halo de tus labios por despertarme

en un sueño mágico entre tus brazos.

 

Mas nunca haya de sobresaltarte el temor,

ni esta, mi disparatada ilusión, ensombrezca

tus ojos siempre vivos,

ni decline la candidez de tus palabras

o el grácil trazo de tu franca sonrisa.

 

LXXXVII

Como entonces

Como entonces, sí;

como toda la vida

continúo reescribiéndome.

 

Como siempre

recibiéndome en cada una

de las inasibles líneas

versiculares de la mano.

 

Y como en cada caso

yéndoseme palabra a palabra

como el aire entre los dedos.

 

LXXXVIII

La tarde es un tobogán

por el que los rojos se precipitan

contra un cielo imposible,

por el que los ojos, nuestra mirada,

se inmiscuyen en la travesura

de los arco iris y la dulce perversión

de sus amores cromáticos.

 

Los fanáticos acordes de tan inmensa sinfonía solar

reverberan por el valle que baten

-muy adentro de ti y de mí-

corazón e índice:

tan vasta distancia se comprime

y expande tanto como la herida abierta

va pespunteándose por entre el celeste.

 

Tanta y tanta sangre derramada

en esta primavera de tardes y piratas

corre por mis pupilas como una verdad ardiente

y no quema, ni asola

el paisaje que soñé y al que ahora pertenezco,

sino que me alumbra en una natividad

de hombre comprometido.

 

Atrás el descrédito,

a lo lejos la duda

a la deriva las sombras,

al frente el espectáculo necesario:

danza, acordes, emoción, vértigo

y ni una raya y ni una sola línea

que delimiten los ejes cartesianos

de la más viva cartografía infinita.

 

Y atónito me sucedo

me regocijo

me desvanezco

entre los rojos y los zulúes

cuerpo a tierra, como el sol

que se me estrella

por el fondo de la retina y la consciencia.

 

LXXXIX

De un primer y certero vistazo

me asalta la sintaxis de tus ojos,

me cercan tus pupilas suspensivas.

De un tajo impecable desciegas

la opacidad de siglos que me atenaza

y abres, inequívoco astro,

brío celeste, fogonazo cómplice,

ante mí las páginas todas de tu mirada.

En tropel se precipitan

-como un sorbo vital y cálido-

retina adentro.

De piel y de esferas

es este regocijo de sentimientos que me penetra;

de be(r)sos, de ve(r)sos,

también de lágrimas vencidas,

es este bebedizo con forma de cielo

que ahora me ocupa.

Traficantes de nubes,

mercenarios de sueños

perpetradores de espejos

se me re(b)elan, implacables:

¿Pueden, acaso,

domarse unos ojos?

¿Tal vez desestructurar una mirada

sin que el firmamento

o el alma se nos caiga

a jirones sobre los hombros?.

 

XC

Se ha colado bajo mi piel

como un alma extraña y resentida,

se ha calado -diría, más bien-

como ácida hiel entretelas.

Es de grueso paño gris este malvenido traje

-¡diplomático!-

que me subatrapa.

Uno de sus hilvanes, una costura retiene

una antigua sonrisa y la pespuntea

en patética y cutánea mueca.

Pesado terno que me encanece,

encanalla, envilece,

pretérita tristeza

que se ha rejuvenecido en mí

a mi pesar y sin mi permiso.

Hiriente plomo que acabará

-si nadie los deslaza-

por atribular mis párpados

ya seriamente tocados.

 

 

XCI

Fue unas veces -¿recuerdas

tan por el principio?- tu sincera ingenuidad

de franca juventud.

Otras, conforme el tiempo se nos aliaba,

el torrente dulce de tus besos

y la frescura de tu apasionada entrega.

Otras más –conforme transitábamos de las ideas

a los sueños y de estos

a la espléndida conjunción de los hechos-

la certeza de tus impulsos,

la utopía de tus convicciones.

Los hubo también -¿cómo olvidarlos

si con ellos partió al vuelo el sosiego?-

llenos de lágrimas y desazón:

desesperados, aferrándonos el uno

al otro y pujando nuestras almas

por la razón de la sinrazón.

Fueron, sin duda, de los imprescindibles

aquellos en que afloró la vida

de entre los dos; y nos fundimos en ellos

y fueron , sin duda, quiénes más nos hicieron

nosotros: primorosa paradoja de ser

sin pertenecerse ya: imperecedero amor.

Han sido, son

innumerables

las imprecisas –a veces-

descriptiblemente declinables –otras-

las dichosas razones (sea cual fuera

el pálpito de nuestros corazones)

que en ti y hacia ti me llevan

para ser quien soy,

que en mi se ofrecen

para ser quien eres;

y sean, aún imprevisibles,

infinitos los motivos de amarnos.

El deseo, tras tan largos y breves años

es cuanto puedo ofrecerte,

amén de unos brazos, mi propensión a la sorpresa

y la capacidad de ilusionarme;

del resto –como en la parábola-

hablan por mí mis actos, y a ellos me refiero

cuando te entrego mis ojos

para que me muestres el camino.

El camino que nos pertenece.

 

XCII

Bello y fresco rostro

despierto de largas y doradas trenzas

brillante y amarillo y claro

limpio transparente vegetal

y aromático.

 

Desperté con él, o con él ya andaba

cuando abrí los ojos: descubierto

desnudo

tiritando a la luz que no al frío -que no hay- aunque

la escarcha refleja mis pupilas reveladas.

 

Como si fuera de otro mundo –un arco

un salto, un abrazo- de una a otra parte del verde

por donde se me ofrece sin reservas en la dicha

y el entrecejo extendido a mis caricias:

Amada mañana.

 

Respira el día a esta hora soberbia

en este tiempo de insomnio,

insólitas respiran sus criaturas y sus sueños,

aventuran vida por todos sus poros la tierra

y sus simientes.

 

De admirar el azucarado vaho, que asemeja

a una impresionante hoguera silenciada cuanto veo,

dos lágrimas se suman a la corriente suspiros abajo.

Avanza el río

y exhala por el llano los mensajes que lo surcan,

y en ellos me regocijo y ruborizo de amores,

mas continúan

con su indeleble sustancia

por el destino a su encuentro.

 

Es probable que jamás regrese

al privilegio de esta mañana única,

íntima y pura

pero ya me pertenece

como yo pertenezco a la imagen de ese día.

 

XCIII

Crecen, convulsas, mis cervicales

gesticulan -sordo estruendo-:

Somos miles, millones,

del silencio el grito.

 

Despejadas vías y sentidos,

nada se interpone entre ellos y mi percepción

ni la piel erizada,

ni la pelvis glotona

que se eleva como un cáliz ofrecida

a las altura de sus ojos devoradores.

 

El altar donde yacen

es mi sueño y yazgo “de forma salvaje

sobre un universo interior”

Lagartija Nick eleva su himno

sobre mí, mientras Telémaco

insufla las alas de su nave

y nos sentimos despiertos,

obligadamente expectantes,

víctimas de un dios irredento.

 

Qué podríamos esperar

de tan inesperada espiral

si la mente cae

-desciende contra todo pronóstico-

por la indecencia decadente

de un sueño curvo

como sus fatales caderas.

 

Sus labios son

son

-todos son- el género

de nuestra histeria

de nuestra historia, quise decir.

 

XCIV

Estas lágrimas

tienen nombre y apellidos,

fecha de nacimiento y algunas -maldita cólera-

de muerte (a qué decir despedida).

Estas lágrimas

tienen voz y rostro. Estas lágrimas antiguas.

 

Y rezo porque no me desahucien

mejillas abajo, otras diferentes

otras nuevas, hoy:

después de muchas palabras

de algunos retos y demasiadas derrotas.

 

XCV

Veinticinco versos

Pudieron haber sido veinticinco

bellas -aunque insuficientes- palabras,

mas aritmética y semántica, de tan frágil piel

en su esencia, se revelaron invisibles

al trazo de nuestra existencia compartida.

 

Pudieron haber sido un manual sintáctico de amores-

vida-cielos-besos-ojos-lágrimas-quieros,

una pérgola de epítetos, metáforas, hipérboles

o un descalabro de verbos y sus conjuros:

ayer-hoy-mañana-siempre.

Pero se rebelaron apasionados como una tragedia

bellos cual elegía, enternecedores como una nana

desgarrados  como una epopeya

y certeros desde la utopía.

En todo los casos veraces,

lunáticos y comprometidos.

 

Y como el sol, que hace con su desvanecimiento

inmortal a la escarcha que se precipita entre sus rayos, ahora,

llegado este tiempo dulce de vértigo

entre sueños y recuerdos,

desde los entrelazados brazos

desencadenamos una corriente -viva-

por el tragaluz de nuestros veinticinco versos.

 

XCVI

Sobredosis

La mirada vuelta         

hacia el cielo de los pobres,

la escorrentía reteniendo olores

y augurios,

una instantánea helada entre la opacidad

y el objetivo,

descarnada la atmósfera de escrúpulos

y de patrimonio sobre la tierra turbia,

la gravedad atenazada

en cada músculo inapetente,

plomo en las venas

que antes fluyeran cárdenas:

Una incisión metálica

y un borbotón abortado.

 

No palpita la calle a calle

sino a densidad rancia,

brazos y piernas despeñadas

del propio cuerpo indefenso ya

camino de su sombra,

ni pupilas

ni rastro de sus esferas y su tránsito,

más plomo en el desahucio inconcreto

de las paredes y su sustento,

un hilo apenas entre el cuello

y las ideas –roto-.

 

Los rostros desparejados (el que fuera

y el que es) callan:

Ni un son, ni un recuerdo,

ni un movimiento, tampoco eco.

A sus pies también silencio, mustio

y presunto de sanguinidad,

las huellas de otras existencias se desvanecen

o jamás se pronunciaron:

no hay perdón ni indulgentes

entre la turba desheredada

sólo resignación o indolencia,

sólo asco.

 

XCVII

Tal vez no sea

un estricto amor

del descubrimiento,

ni siquiera, aún,

un amor adolescente.

 

Quizá no rija su destino

por la estrella polar

o los confines del firmamento,

tampoco, seguramente,

por el codiciado azar.

 

A lo peor pasaron ya

mil barreras, o no, superadas,

destituidos tronos y cortesías,

desterrados sueños o vilezas o

-quien sabe- si el fragor.

 

Puede que esté, más claro

u oscuro para siempre,

el destino inacabado,

que mermaran latitudes y coordenadas

del cartográfico mar de corazones.

 

Es posible un deseo solitario,

una bocanada de brisa tibia,

una mirada impredecible:

un sortilegio de pasión

o un recuerdo ensimismado.

Es suficiente lo insuficiente,

conciso el gesto del creador,

presurosa la luz y sus cadencias,

reincidente la frialdad que atenaza,

efímera, del gozo, su cuadrícula.

 

Mas, hablando de mí

hablo de ti en este

binomio compartido,

afirmo que el mundo no es

único e indivisible,

que otros mundos son posibles

mas ninguno sin ti.

 

Confirmo que yo soy tú o nada,

que ni tiempos ni espacios,

ni sombras o anhelos sabrán decir

de mí recuperado

si no es contigo, amor.

 

XCVIII

Línea sin flotación

Tris, tras

Tres

Trozos, trazos

Trasiego

Tragos

Trémulos

Trizas, tropiezo

Trágico

Trepidante

Tránsito

Tráfico

Tripas, tráfico

 

Y el azul inocente, en rojo

Y el lecho desvelado, en rojo

Y sus huellas blancas, en rojo

Y sus pupilas desposeídas, en rojo

Y las almas amoratadas, en rojo

 

De rojo contra la playa entre olas

Quienes aún  se debaten o a quienes

se les fue, en la soledad del tumulto, su precaria

e íntima -ínfima-  riqueza

Desasidos de todo

De todos y de si mismos, sin consuelo

Ni otra vida que ponerse ni llevarse a la cara.

 

Despejen la playa

Prohibidas desnudeces

Desalojen las aguas

Despeguen las pieles

Desagüen miradas

Desvelen corazones

Descarguen los sueños

Descorran los paisajes

Desciendan las luces:

                       

Y al tercer día, hágase la noche

Y el firmamento, estremecido, cerró los ojos por no verlo.

 

XCIX

El cielo se precipitó

en un torrente

lágrimas abajo;

mas tu alma,

lejos de zozobrar,

permaneció a flote.

Y con rumbo.

 

C

 

...Ese libro

que parece no querer

nunca acabar de escribirse.

 

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