Los favoritos de los dioses (1991 - 1995)

...Aunque después de tanto y tanto no haya
ni un sólo pensamiento
capaz contra la muerte.
-José Angel Valente-
XLV
Autoestima
Si pudiera hablar,
por estas manos que a todo se niegan,
del pobre aquel que las sustenta
diría verdades como puños:
dudaría, en primera instancia,
de la veracidad y su sustantivo,
de la razón que lo asiste y
del perfil que su rostro proyecta
iluminado por la arrogancia del verbo.
Si pudiera desmembrarse
del tronco que las maneja
y oscurecerlo por la acerada
sombra de sus dedos:
silenciaría su estéril disimulo,
su juego travestido por el deseo,
el vértigo que dista reconocerse
de la cabeza a los zapatos.
Pero son estas, mis armas derrotadas,
artillería mojada,
torpes manos para ocupar su sitio
entre el corazón y la conciencia,
entre la espada y la pared
a que las someto.
Y eso gano.
XLVI
Y me sentí traidor
mientras besaba tus labios como un rito.
XLVII
He reconocido hoy
la llama de tu piel
entre las altas piedras
de la nueva ciudad amurallada;
un hielo aciago y ácido
ha fulminado, como un rayo,
la exilada geografía del noble
y grave recinto demudado,
más tú, juventud que permaneces,
Normal">has descifrado un único
e ineludible jeroglífico
sobre los trágicos y desnudos vértices
que se desearon amantes.
He reconocido hoy
la llama de tu piel
sobre mi piel adormecida
y un recuerdo de marea ha inundado
-con el embriagador licor de tus labios-
la ofrecida playa abandonada
desde los rostros últimos
que tus pasos dibujaron.
XLVIII
Bienvenido olvido
si tus huestes desmemoriadas vienen a ocupar
el lugar del error o el terror.
Mal amado olvido
cuando tu manto cieno viene a desdecirnos la vida,
las horas en vilo que apenas nos quedaron.
IL
Qué importan ya horas
minutos o silencios
en que vencieron las sombras
al desarmado ejercito de los sueños.
Qué importan lugar
o tiempo para la derrota
si no habremos de estar aquí
-entre esta tierra calcinada-
para sabernos de regreso.
L
Como el viento a la cometa
-en la colina donde el mar es un delirio
y el cielo un desafío-
me fuiste, amor, necesario;
si para ser más libre o más preso
tampoco los ángeles, recelosos,
aventuraron una quimera.
Y todo quedó en el aire,
como la cometa,
necesario.
LI
En el denso azul de las tinieblas
acepta el hombre medir sus fuerzas
frente a un mar imposible y, en su locura,
profanar el dulce pecado en que habitan
sirenas y tripulantes, hundidos de amor,
sobre un lecho de galeones.
Cuál, si es que existe, es la recompensa,
el premio para el sucesor de Ulises, cuando
sobre la nave que surca la piel erizada de los
océanos
nada queda
salvo la embriaguez de los sentidos
y el cuerpo aterido del navegante.
Desde la fragilidad de saberme hombre a secas
yo proclamo mi condición fatal de viejo
y solitario piloto
y pido ser contigo pasajero.
Desde el mástil en que se otean ignotas tierras,
espejismos y alucinaciones,
yo renuncio al bergantín por las olas de tu pelo.
Desde el puerto en que abandono mi galera
te suplico, amor, que me acojas
y poblemos desde la orilla de tus labios
un íntimo e inagotable amor nuevo.
LII
Aquel patio de recreo,
patio de amores y juegos
donde crecíamos,
un día cualquiera nos anunciaba que el Otoño
-con el llanto de los viejos olmos-
había llegado,
y un carnaval de pensamientos,
entre el verdín de los paseos, se agazapaba
bajo un universo tornasolado de hojas
crepitantes unas y otras de ancianidad mudas,
y desafiábamos,
con la exultante juventud de nuestras pisadas,
el maremagnun dorado y mustio.
Disipados los besos que el viento de octubre
depositara sobre nuestras frescas mejillas
no me conmueve ya tan estremecedor relevo,
y sólo he de enfrentarme al espejo cada mañana
o saltar más de lo debido,
o hablar -y el verbo me delata-
para saber del regreso,
ahora unánime, definitivo e íntimo
del otoño hasta mis ojos.
LIII
Mientras tañían las campanas
ha cesado el trueno
se apagaron las luces
y el firmamento, por un instante,
se ha quedado quieto.
LIV
Era noche y era única.
Nadie más podría en ese instante
haber habitado junto a nosotros
la latitud de sus hemisferios y,
solos, supimos que el tiempo
nos pertenecía en todo su infinito inabarcable,
que ese mundo inédito -el de esa noche-
no era sino nuestro
en toda su magnífica cartografía.
Era noche y lo era todo:
de los astros toda su celeste anarquía
de los hombres sus ecos y divinidades,
álgebra humana:
suprema razón:
síntesis absoluta:
y tú y yo.
No dijimos nada por no perturbar
-besándose-
la luz de nuestros labios que se alargaba
y extendía
hasta pertenecerse en nuestros cuerpos.
Con recién nacida sabiduría de siglos
recorrimos como un sólo gesto
todas las épocas y sus confines,
y también aprendimos, esa noche inmensa,
a reconocernos
y gozar
y dulcificarnos de nuestro abrazo.
Y fue entonces que concebimos el alba
y separamos la tierra de los mares
mientras el sol penetraba ya
como un caudal en nuestra alcoba, desafiando
a nuestros aún
brazos y labios entrelazados.
LV
Detuve la opaca luz de la noche
para recibir el amor
revelado en tus pupilas.
Sediento de tu tiempo joven
te abracé por regresar
a los días de gozo que precedieras,
conformando un «nosotros»
como espacio generoso y albo.
Y crucé el espejo detenido en una mueca,
desdije del rostro amargo desafiando
la gravedad que oprime en labios.
De tu mano, Ángela, renuncié al miedo
de ser hombre en este instante.
Que no es cobardía el sosiego
sino compañero,
que entre el cielo y la tierra
hay mucho más que el viento
borrando nuestros pasos;
que es posible un nuevo código:
signos sin máscara ni condena,
lengua universal, torrente claro,
para alimentar
de las sombras su descalabro.
LVI
Quiera Dios
que nunca haya de escribir
ni una sola palabra
si hubieran de ser los versos
morfina para el alma, o si
de sus envenenados trazos
quedara ante el irrenunciable trecho
que a veces une y otras distancia
el percutor de la boca o de la bala.
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